miércoles, 2 de noviembre de 2011

Tomado del diario de don Nadie


Tomado del diario de don Nadie

“Ella caminaba en una noche serena y confiable. Aventuras de sueños lejanos y nubes de algodón que no tocan ni a Dios, la armonía inexplicable en totalidad, hacía de aquella noche, el escenario perfecto;  para que su cabello ondulado de gran volumen y de aroma de mil libros, encontrara lo que siempre supo que no había perdido, pero que su ausencia marcaría el inevitable juego de dados entre el camino irremediable que es el destino y el cuerpo metafísico de la voluntad divina.
Por otra parte, él, tan serio y refinado y sentimental, hablaba solo lo necesario sin darse cuenta que, no solo una vez, le faltaron palabras para decir sí. Su traje muy acorde a su forma de ver la vida y sus zapatos siempre brillantes, lo llevaban al lugar donde se encontraría con ella. No le sudaban las manos, porque no las sentía. No sentía el corazón, porque no lo comprendía, y no comprendería jamás, lo que esa noche representaría en su ser.
Eran más de las diez y media. El puente de la calle ciega anunciaba el momento, la hora, el lugar concreto, la salvación, el destino, el hoy, el “ese”. Pasos y pasos que no requerían de teoría para llevar a algún lugar. El cielo cada vez más luminoso, se abría como los pétalos de los girasoles anunciando la aurora.  Sus ojos se encontraron y se conectaron en una suerte de eclipse, donde los ojos de ella, quemaban los de él. Sus cuerpos tenían la sensación de atreverse de una forma mágica, como si fueran polos opuestos. En la entrada del puente sus manos se entrelazan y, por fin el milagro se dio, el amor y la locura se encontraron.”

Yoan Sebastián Hernández Ramírez

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