viernes, 4 de noviembre de 2011

Viejo, mi querido viejo


Viejo, mi querido viejo
I
Lo sé, viejo, lo sé. Nunca estuviste de acuerdo con mi forma de vestir, “siempre de negro, ese color atrae desgracias”, me decías; entonces me apuraba a cambiarme de ropa, siendo las dos de la tarde, antes de que llegaras del trabajo, justo sobre el inicio de Padres e hijos, esa serie interminable que acompañaba la siesta de mamá y que, obviamente, tampoco digería tu gusto. De mi cabello decías que estaba demasiado largo, demasiado corto, demasiado rojo, demasiado negro, siempre había un demasiado para recriminar mi estilo, nunca algo que me gustara te pareció exacto. Me increpabas por no rendir en el colegio, en la universidad, en la vida; pero nunca tuviste tiempo para escuchar mis excusas, sólo para ti tenía preparado algo más original que “el perro se comió la tarea”, o “el profesor me lleva la mala”. Me prohibías salir los fines de semana: “la calle es muy peligrosa”, me decías; si todo hubiera seguido igual, nunca habría conocido mis límites, me resguardabas, me apartabas, me ordenabas juicio en mi soledad, pues ni siquiera aprovechaste para sentarte a mi lado, para ser mi amigo mientras otros hacían amigos afuera.

Contigo hasta leer era un delito, “eso es literatura pop, basura”, vociferabas con esa pose dictatorial que tantas veces trituré entre mis dientes, porque contigo nunca pude desempolvar mis alas, proyectar mis miedos, sudar mis vicios, contigo estuve cohibido en todos los sentidos, no podía ni llamarte viejo, “¡se embobó o qué! soy su papá, dígame papá”, me decías con esa sonrisita que no representaba broma y ambos lo sabíamos. Aún no sé cómo explicarlo, era como si mis modernas formas te recordaran que el tiempo había arrasado con la fertilidad de tu cuero cabelludo, con la habilidad en tus piernas para burlar férreas defensas; el tiempo arrugó tu sueño de levantar la primera copa del mundo para Colombia y te condenó a ser el cancerbero de la caldera de una fábrica textil. Tiempo te faltó para impedir  que yo naciera. Fracasaba en cada intento de resarcirme ante tu disgusto por mi presencia; en realidad, no entiendo las razones para haber intentado resarcirme, no entiendo, no fue mi culpa que le dijeras a mamá: “eso con forro no es lo mismo”, y lo sé, viejo, tampoco fue tu culpa, no lo sacaste a tiempo, el tiempo te apuró aquella vez, ¡fue culpa del maldito tiempo!

Mark “Rent-boy” Renton acomodaba los elementos que le recomendó Sick boy para desengancharse. “¡Qué es esa porquería, póngase a estudiar mejor!”. Tenías el monopolio de de la televisión, de mis gustos, de mis adicciones. Y lo tuyo era indiscutible. ¡Ay de mí si hubiera sido sincero! Si te hubiera dicho que con esa colección tuya de Long plays no se construía ni un verso de Juanita Dientes Verdes, que ninguno de tus ídolos le daba la talla a Guido, que Guido era la unión de tus ídolos y algo más, algo de su propia mierda. No quiero pensar lo que habría pasado si te hubiera metido culo arriba ese dios que intentabas engrupirme hasta en la Emulsión de Scott, si te hubiera dicho que no necesitaba más dios que los gritos de Guido. ¡Ay de mí si hubiera declamado frente a ti el final del poema que le daba inicio a mi película favorita! ”I chose not to choose life: I chose something else. And the reasons? There are no reasons. Who needs reasons when you've got heroin?" ¡Ay de mí si hubiera sido yo!

II
La lluvia cae rasgada, mojándome tenuemente, dejándome medio frío, medio húmedo, a medias como hoy me siento. Sobre mi panorama se expande una arboleda de cruces siniestras. El lodo se come mis pies, a cada paso estoy más enterrado, más cerca de ti. Voy pensando que el amor desmedido se convierte en cárcel, en sobreprotección, obsesión, sobreamor, enfermedad. Me amabas más de lo que yo podía soportar. Tu amor era tan grande que cubría mi individualidad con su enorme sombra, segando mi propio brillo. Me amabas tanto que nunca me lo dijiste, entendiendo que lo sagrado trasciende el lenguaje, que esos cinco signos eran miseria al lado de tu suntuoso sentimiento. Por eso estoy aquí y no me lancé de la terraza como tantas veces consideré ante tu acoso. Solitario, aquí hoy, porque llevo entre mis venas una furiosa corriente: heredé tu forma de amar y ningún humano me da la talla. Estoy aquí porque hoy por fin puedo hablar y necesito hacerte una pregunta: “¿sabes lo que es descender para jamás volver a sentir el sol?” Sí, viejo, yo lo sé, aquí no puedes imponer tu poder, esta vez no podrás contradecirme, te guste o no: se llama muerte y es irreversible.

Nombre: Jhon Eder Agudelo García
  
Ciudad: Bello, Antioquia

No hay comentarios: