viernes, 4 de noviembre de 2011

HISTORIAS DE COLORES


HISTORIAS DE COLORES

Había caído ya la noche y mi pequeña hija Valentina esperaba con ansia su historia para dormir; pero un duro día de trabajo me había hecho perder la inspiración, así que decidí contarle una historia que tenía su nombre marcado como membrete, la historia que vio nacer el amor entre mamá y papá.
Erase una vez una hermosa sonrisa, tan sencilla y tan sincera que solo bastaba ser yo mismo para provocarla. Años atrás había recibido una carta de la Secretaría de Educación donde me nombraban profesor de español en un colegio rural, selva adentro, a un día en lancha de distancia; y dos semanas más tarde ya estaba en el colegio. El colegio estaba al aire libre, los salones limitaban con el cielo y la pintura ya besaba el piso; en ese momento supe lo primero que tenía que hacer en ese lugar, en San Antonio de los Vientos. Busqué la rectoría cuya oficina se compartía con la biblioteca y los implementos de aseo, y vi en el fondo a un señor gordito bajito, era Don Gregorio, el rector. Me presenté como el nuevo profesor y él sonriente me dijo que los niños de primero me estaban esperando.
En cuestión de minutos ya estaba delante de los niños de primero y ¡oh sorpresa! los niños no hablaban español, y a pesar de que sabía que no tenía que preguntarme el por qué de las cosas, no estaba seguro de como iba a enseñar a leer a personas que hablaban otro idioma. Así que se me ocurrió que podría empezar por enseñarles los colores mientras pintábamos las paredes del colegio.
Al llegar al almacén del pueblo, no podía decidir que pinturas llevar, y al ver mi indecisión se acercó una vendedora para ofrecerme su ayuda y me preguntó en que las usaría. Le conté la historia y ella se ofreció a ayudarme, pero sorprendido le pregunté si no tenía que trabajar en el almacén; y ella muy risueña me dijo que no, que ya había salido.
Camino al colegio le conté que era el nuevo profesor, y disfrutamos mucho mientras pintábamos la pared, quién iba a pensar que pintar una pared con una ayudante de almacén iba a ser tan divertido. Noté que había empezado a interesarle cuando mirándome a los ojos me preguntó por qué profesor de español. Le dije que lo que realmente me gustaba era ayudar a la gente, además contar historias y enseñar a construirlas, por eso era profesor de español. Entonces cuando estaba a punto de preguntarle su nombre, una enfermera se acercó y le dijo que la necesitaban urgente en el centro de salud. En ese momento supe que realmente no era una vendedora de almacén, sino la doctora del pueblo, y esa noche me fui a dormir con mi clase preparada pero con mi pensamiento poseído por aquella hermosa mujer, aquella sonrisa.
Eran ya las cinco de la mañana, y no sonaba el gallo, la selva tenía su canto propio; yo por mi parte terminaba de arreglarme para dar mi clase cuando de repente llegó don Gregorio muy agitado, a decirme que habían rayado la pared que habíamos pintado ayer. Yo le dije que no se preocupara, que  lo íbamos arreglar con los estudiantes; pero él me dijo que era un acto de vandalismo y que en San Antonio de los Vientos hacía mucho tiempo no se veían esos actos subversivos. Rápidamente fuimos a mirar, completamente convencidos de encontrar un dibujo o un mensaje en contra del gobierno; pero en lugar de eso encontré la siguiente frase con pintura de muchos colores:
“Es bueno contar historias, pero es mucho mejor vivirlas ¿Te gustaría vivirlas conmigo?”
Y así fue como en San Antonio de los vientos aprendieron español, mientras mamá y yo conocimos el más grande y hermoso de los  lenguajes, el del amor.

NOMBRE: Marco Antonio Cárdenas Gaviria
Manizales.

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