UNA MUENDA EN EL TAJO
Su esposo como muchos y por insignificancias de pareja, pensó largarse con otra y estuvo a un tris de separarse. El bororó comenzó porque Otilia quería superar esa crisis con dignidad fehaciente. -¡Por Crijto bendito! Decía ella, que jamás había atentado contra su negro, ni siquiera en pensamiento.
Los días en lo pajonales pasaban llenos de angustia, tan rápidos como los recuerdos en el caidizo; meciéndose enamorada en la hamaca con su hombre, hasta quedar lelos mirando al infinito. Por las tardes después de la jornada en la barbacoa, lista su comida preferida “Ambalú frito” y en la noche adulta, chontaduro ventiado.
Para desgracia suya, su cuerpo siempre se alimento de él y creció de forma exagerada y a la entera verdad, ni las vainas médicas, ni los chismes del Palenque lograron que adelgazara. Por la mañana escondida dentro de la cabaña toda biringa, empezó su primera sesión de ejercicios reductores, pasados tres minutos sus ñatas respiraban profundo en un jadeo convulsivo, sintiendo que se le partía el mango. Se apresuró al espejo, para ver si había rebajado una talla y con un dolor que ofende, miraba a la par hacia la batea llena de arroz con anchoas y tajadas de cachaco, concluyendo:
-¡No me voy a morí de hambre, no jeñor!
Cada media hora Otilia se medía frenéticamente la cintura, y estaba a siglos luz de complacer a su hombre. Por fortuna, tal vez por la juventud, sus carnes aun no le colgaban. Pero en su tiempo a raíz de ésta circunstancia, puso Faustino la condición que buscaría otra mujer, pero antes la cogería a palo, para que ella respetara su promesa de mantenerse en forma. Ahora bien, afrontar la nueva situación consistía en atenderlo exageradamente en la choza ó buscarlo en la parcela y arrastrarse hasta que la compasión moviera ese corazón de ónix y volviera a cumplir lo que una vez ante el párroco del pueblo prometió.
–Aun toy a tiempo, pensó.
Trincó dos sabanas hechas de saraza, que hacían las veces de vestido, una parte para sus gigantescos senos y la otra como falda. Aunque eran dos piezas, era insinuante y atrevido. -¿On tá mi negro precioso? ¡Hola Tino! vení, que te traje pega y mirá quí el timbo del guayoyo con limón, del que te gusta.
Y arrimó el menaje a la piedra esculpida donde se machaca caña, no sin antes mostrar su exagerado escote, que despierta a cualquier negro la bambique.
–Oí negra, toy bejuco, ¿Payó no hay nara? Dijitte que vos me querés y no me rices ni merda, ¿Ya te miraste como tenés el buche? Yo me puse a pensá, que ya no joy el negro apropiao y me tengo que levantá otra negra, vos jami no vas a joré máj, no jeñora.
Fue un baldado de agua fría a las pretensiones de Otilia, que sostuvo el llanto y no se acobardó, ya que contaba con un plan alterno que consistía en pavonearse a su alrededor, adormecerlo como si estuviera en su hamaca y convencerlo de que la viera bien buena… Pero bien buena, y si no, de aposta se lo comería pedazo por pedazo sin dejarle ni siquiera los huesos para su reconocimiento. –¡Pa eso soy su mujé!
-Oíme Faustino y es en serio. Miráme pues; ¿Qué tengo en las posaderas? Mirá que venía pensando en vo y ahí traje pué tú comía. No vas a creer negro, que me caí en aquel árbol de Tangaré, ese que está al lao de la palma cerca al broche, allá en aquel montecito, recordá ve, que nojotros íbamos a jalar después de lavarle la ropa a ño Jacinto. Y hablando de jalar… Otilia se quitó rápidamente la falda, y al pobre despabilao se le fueron los ojos que ahora brillaban agalludos.
–Mija, no te pasó nara, pero mi gotda lo que tenés es un rayón, pero bien lindo… ¡Peláte negra! Hagámoslo en ésta pieira.
Ella había ganado el primer raund, mientras que Faustino nadaba encoñado en un mar de carne y trataba a como diera lugar, agarrar con sus manos esas posaderas.
Nombre del Participante: Juan Jacobo Tapias R.
de Ibagué –Tolima, Colombia
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