viernes, 4 de noviembre de 2011

Sobre ella y el.


Sobre ella y el

Porque basta pensarla para que sea un recuerdo eterno.

En un cuarto oscuro y de paredes maltrechas, en un dócil reloj despertador, marcaban las siete y quince. El, Apenas si terminaba de ver la película, el lado oscuro del corazón  del director argentino Eliseo subiela, cuando se dio cuenta de la verdad angustiadora que cambiaría su vida y su existencia en un giro de ciento ochenta grados. Después de haber sido un lector apasionado de Benedetti, Baudelaire, Neruda, Poe; después de haber entendido que con Kafka la existencia yacía en obtener, lo que difícilmente permite nuestra especie, un cambio de conciencia, un choque mental, tal como le sucedió a Gregoria samsa en la metamorfosis, después de haber desarrollado el niño explorador que le exponía Nietzsche y haber empezado a investigar sobre su cuerpo y con su cuerpo, logrando descubrir la masturbación a los 14 años. Después de cuestionarse infinitamente sobre el bien y el mal, llegando siempre a la conclusión de que este mundo necesita más locos para que sea más justo. Entendió por fin, que era a ella a quien amaba, que falto apenas, verla todas las noches por su ventana para darse cuenta de su magna presencia omnipotente, en la cual mora la belleza y la divinidad.
Ella, la cual tenía a sus pies una infinidad de pretendientes ilusos, que la idolatraban con poemas, canciones y alejandrinos  dignos de su alabanza, no había conocido jamás lo que era el amor, vivía feliz rompiendo cuanto corazón se le atravesara, arrancándolo desde las entrañas, pisoteándolo, escupiéndolo en ocasiones, y convirtiendo a todos, los que ciegos y testarudos por el amor se hallaban, en lo que ella quisiese; esperaba siempre la noche para salir y sorprender con su belleza, para mostrarse en su total plenitud y deidad, siempre tan callada pero tan sincera, de piel blanca tan blanca que se impone sobre cualquier penumbra existente, sus labios rojos como un par de fresas que esperan ser mordidas, eran un elixir de la vida.
Pero no eran estos peligrosos atributos ya nombrados, lo que a él le angustiaban, su desvelo tampoco era si ella lo amaría, su desasosiego estaba en le echo de poder decírselo, ¿cómo poder decir las palabras correctas e indicadas, cuando los nervios nos invaden al estar frente a nuestra amada? , ¿De qué forma se lo diría?, se preguntaba también si lo podrían encerrar por estar loco de amor, a lo que el siempre concluida: prefiero que me maten fríamente, o que me sacrifiquen, pues la humanidad está acostumbrada a volver fiesta y religión semejantes espectáculos, prefiero eso antes de que me encierren por loco, los hospitales psiquiátricos son el peor lugar del mundo. Aun sin embargo, después de tanto reflexionar sobre aquel angustioso tema, decidió por dejar atrás tanta lectura y filosofía de la razón, para seguir a la pasión, y mandarse de cabeza a ese oscuro abismo; tomo una manzana, su fruta preferida, la echo al bolsillo y salió en busca de su amada. 
Era una noche perfecta para encontrarle, las luciérnagas serían testigo de aquel evento. Basto apenas caminar un par de cuadras para poder verla, aun en la distancia, ya sabía que era ella, apresuro su paso, tanto, que casi corría,  y agitado llego por fin a un pequeño cerro, donde se hallaba ella de espaldas, tan hermosa como siempre. El, tímido y tembloroso como se lo prevenía, se atrevió a hablar, pero no hablaba, tan solo balbuceaba, y dijo: ho… hoho hola.
Ella, al escuchar se voltio, sonrió y pronuncio un frio, hola. El, se hallaba inmóvil, tenía todo de punta, el pelo de punta, la nariz de punta, el pene de punta, las rodillas de punta, el alma de punta… pero aun así, se armó de valor  y declamo:
 ¡Te amo! Oh grandiosa diosa del mundo de fantasía echo realidad, mi corazón y mi piel aclaman y reclaman tu belleza y complejidad, como si fuese una adición insaciable. A lo que ella, sin mayor asombro, replico:
 ¿No te aterra la suerte que corren los que de mí se enamoran?, ¿no te da miedo el amor?  Serás dependiente de otra persona, cuando lo ideal sería que no fueras dependiente de nadie más que de ti mismo, con migo no serás feliz, no me esforzaré por hacerlo, además el amor siempre quiere condicionar a la otra persona, uno siempre busca que a él que ama sea como uno quiere que sea sin dejarlo ser lo que es, y créeme que yo no cambiare lo que soy por ti.
 No le temo al amor, sus riesgos y devenires son lo interesante, el dolor, las lágrimas, la pasión y la locura, son las que justifican su esencia; respondió el, seguro de sí mismo.  De una manera fehaciente, Añadió también lo siguiente: ¿qué sería la vida sin el amor? ¿Quien quisiera pasar por la existencia sin conocer el amor? ¿Quién podría ser tan envidioso con sigo mismo y no disfrutar de una odisea amorosa? y no, mi amor no sería condicional, porque tú ya eres como yo quiero que seas. Además que en mí no ha de esperarse la buena suerte de contar con tu compañía, pues tanto es mi amor por ti,  que solo quiero que seas feliz, ergo, no puedo obligarte,  mi amada, a que moldees tu bonanza tan solo por estar con migo, mi menester no es tu compañía si no tu felicidad, verte feliz, aunque no sea con migo, será mí utopía de amor. 
Ella por fin se sentía diferente, nunca nadie le había dicho tales palabras, a pesar de la larga lista de pretendientes que por ella morían, Y dijo con mirada de miel:
 Qué extraña sensación.
  Fue en ese entonces cuando llego un oficial de policía, Que por allí pasaba, el cual tomo a nuestro enamorado chico bajo arresto, porque en este mundo la locura se prohíbe, y es un acto de locura hablar con la luna y sostener una conversación romántica con ella,  ¡¡porque si, ella  era la luna, y él, es quien hoy se dirige a vosotros por medio de etas líneas!! y sí, yo me había enamorado de la luna.

La manzana que lleve esa noche ya se ha podrido, ahora me pregunto, en mi soledad, encerrado por la locura de la que nuca quise curarme, es, si la extraña sensación a la que ella se refería, sería la chispa adecuada para despertar lo que tantos soñaban como una día de primavera, pero que a la ves lamentaban como una fría noche de invierno, su amor, el amor de la luna.
 ¿Sería yo capas de haber podido enamorar la luna?  No importa, ahora soy feliz, ella sigue siendo mi utopía de amor, por la cual justifico mi existir.
Fin.
Nombre: Luis Alfredo Rivera Pérez
Cumural Meta

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