viernes, 4 de noviembre de 2011

INESCRUTABLE


INESCRUTABLE

Bajé del tren, ella me esperaba en el andén de en frente, en mi rostro se esbozaba una sonrisa de expectación ante lo desconocido, tal vez de nervios, tal vez de emoción; el encuentro fue sutil, un gesto con la mano desde el otro lado de las vías, muy correcto para el torrente de sentimientos envueltos en paño de seda, que no permitía ni la más mínima fuga, sentía la necesidad de esconderlos por si las cosas no salían como esperaba.
No la conocía personalmente, tan sólo unas cuantas, pero intensas, conversaciones por teléfono me permitieron intuir cómo era, me concedieron la necesidad de llegar hasta ella y dar un paso más. Incertidumbre, miedo, ansia, excitación, todos a la vez recorrieron cada poro de mi cuerpo. Bastó una mirada para confirmar que, quien tenía a tan sólo un paso, era lo que esperaba encontrar. Fue una sensación extraña, sentí como si ella hubiera estado a mi lado toda mi vida aunque fuera la primera vez que la veía. Ambas siluetas se fundieron en un fuerte abrazo de saludo, la respiración entrecortada y las palpitaciones a una velocidad exorbitante lo decían todo, no necesitamos palabras. Millones de pensamientos, todos a la vez, sin cesar, sin descanso, pidiendo a gritos salir, me costaba concentrarme, me costaba sostener la mirada, me era imposible no mirarla, me fue imposible no sentir.
Plasmé la fotografía de aquella mujer en mi memoria, dibujando con la mirada cada una de sus líneas, cada rasgo, cada gesto, parecía como si no existiera nada ni nadie más alrededor, tan sólo la brisa del mar que despertó en mi cuerpo todos y cada uno de mis sentidos. Era alta, esbelta, con una melena corta y rubia, y unos ojos color verde aceituna insolentes e irreverentes y unos labios finos, dulces, desafiantes y que incitaban, con el más mínimo movimiento, a querer robarle un beso, un beso que provocaría mi rendición absoluta.
Faltaba poco para que llegara el verano, era el clima perfecto para sentirme a gusto y poder cortar el hielo. Caminé junto a ella hasta llegar a lo más alto de la ciudad, en donde se podía contemplar el azul del mar, en donde frente a frente, en una mesa al aire libre, compartimos algo más que un café, le conté un poco sobre mi vida, mis proyectos, mis gustos y algunas cosas más, y escuché todo lo que ella necesitaba decir, lo que ella quiso decir, pero el fuego interior que sentía hizo que tomara la decisión de buscar un espacio más íntimo, me empujó a aceptar la propuesta de conocer un poco más de ella, en el interior de su mundo, en el interior de su hogar.
De camino al apartamento, con más miedo que ganas, y ganas tenía muchas, ella me enseñó la ciudad, todo aquello que pude ver unas horas antes a través de la ventanilla del tren, un tren que me traía, sin certeza alguna, al encuentro del sentimiento más grande que me había podido imaginar.
Es una ciudad pequeña, bordeada por el mar y construida en la cima de una roca gigante, con casas de otra época, construcciones antiquísimas y calles de piedra; recorrimos la zona turística, el coliseo antiguo, las murallas de muchos siglos y otras edificaciones de las que no recuerdo la explicación, pues sólo pude escuchar las fuertes palpitaciones de mi corazón, cada vez que intentaba mirar sus labios para rescatar algo de su diálogo. Mientras ella me contaba la historia del mundo que la rodea, del mundo en el que vivía, del espacio del que disfrutaba día a día, sentí que, a partir de ese momento, se escribía una historia, un capítulo en el libro de mi vida que tan sólo tendría final con la muerte.
Era amor, si, era un gran amor el que empezaba a sentir, y por fin, después de muchos años de no creer en él, me invadió un sentimiento absurdo con la respuesta tácita a la pregunta: “¿Cómo no había sentido esto antes, en qué mundo había estado viviendo?”. No podía creer que me estuviera pasando a mí. “No voy a desaprovechar la oportunidad que me brinda la vida para ser feliz y ahora soy feliz”.
Ya han pasado unos meses desde ese primer encuentro y cada día que pasa siento que la quiero más, que no puedo esperar para disfrutar de su compañía. Quiero despertar cada mañana a su lado y robarle un beso de buenos días, quiero preparar un buen café y compartir con ella cada amanecer, viendo aparecer las luces del alba.
Hoy he dispuesto mi maleta y en mi corazón llevo la certeza de que mañana volveré a vislumbrar la aurora de un nuevo día y ella estará a mi lado, compartiendo conmigo esa taza de café.


Claudia Patricia Ríos García 
Cali

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