viernes, 4 de noviembre de 2011

cuento de Amor


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Sientes que te ahogas cuando ves que la última burbuja de aire sube descortés hasta la superficie. Me cogió la mano y tiró de mí hasta el fondo cuando me creí incapaz de moverme. Algo en mi se turbó aun sin tener sentido para asimilarlo. En el tiempo en el que debí haber muerto descendí kilómetros hasta que mi cuerpo, como lleno de plomo, chocó contra el suelo. Mi mano ya no sentía la pesadez de sus dedos pero sí la calidez de la sangre. Mis burbujas de aire, arrepentidas quizá de en otro momento haberme abandonado, regresaron a mi por donde se fueron, llenándome el pecho de vida marina. No quise levantarme por no comprobar que me mantenía viva bajo el agua después de, los que se me antojaban, muchos minutos, así que solo abrí el ojo derecho con la plena certeza de que no vería nada. Desubicados almendros en flor se erguían en el lecho marino marcando un camino, aparentemente sin fin. Una vez abierto el ojo izquierdo pude precisar el esponjoso tacto de las naranjas que me rodeaban. A pesar de haber caído boca arriba, la delicada postura adquirida permitió mecer mi inquietud. Nada se movía, nada flotaba. Decidí levantarme despacio. Bajo mi cuerpo, las naranjas se reagrupaban para suplir el hueco que dejaba en el suelo.
Agudicé el oído al escuchar un sonido a través del camino que cercaban los almendros, hasta llegar a una claridad. Allí estaba él. Rodeado de mariposas hipnotizadas por la vibración del sonido. La inmensidad del piano acababa una octava por debajo de su melodía. A modo de sordina, sus párpados impedían que el profundo sentimiento que le afligía llegase a mí. Como una nota desafinada, desentonaba la claridad de la música con la creciente incomprensión. Cuando se percató de mi presencia, paró de tocar. Las mariposas, como despiertas por un sobresalto, salieron volando inundando nuestro alrededor. Como después de una tormenta de arena, cuando conseguí volver a ver con claridad, él estaba tan cerca de mí que un solo suspiro hubiese bastado para deshacer mi sonrisa. Su sola presencia llenaba de rubor el aura que nos rodeaba.
Aquel Él, aquellos almendros, aquel camino, aquellas naranjas, aquel lugar bajo el mar… Era tanta la inexactitud de la realidad que me abandoné a la fantasía. Y entonces me tocó. Las mismas mariposas que vi sobre el piano aletearon en mi interior. Se me erizó el corazón. Sin querer le pensé. Mi burbuja de aire dejó de pertenecerme. Pasé a necesitar espacio para dos. Es cuando supe que sientes que te enamoras cuando el corazón se deshace de tú cuerpo para seguir su propio ritmo.
 -Te propongo que hoy  no duermas. Que dediques esta noche al día para que cuando amanezca, te sientas dichosa de no haber despertado. Dime sinceramente que nunca pensaste en mí.
- ¿Acaso me conoces? ¿Te conozco? ¿He tenido que perderme para encontrarte? ¿O me he encontrado al intentar perderte? ¿Puedo hablarte de eso, de esto, de aquello? ¿Puedo hablarte de mí? Por favor, ¿Puedes hablarme de ti? Tal vez me refleje en tus palabras. Y si no me entendieses, no pasaría nada. Hace tiempo que no hablo con extraños. Se lo achacaré a la falta de práctica. Mezclé mis virtudes con los defectos, que en ese entonces no pensé que fuesen míos, y ahora no se desenredarlos. Se han adherido a mi persona. Se desliza en tu mirada la imagen centelleante de un deseo. No quiero saber cual es a no ser que empiece por mi nombre. La soledad eras tú todo este tiempo. ¿Podré perdonarte?
Perfecto momento para ponerse a nevar. Cuando la nieve alcanzó la altura de mi ombligo y pude precisar que no movía los dedos de los pies, empecé a temblar. Los blancos copos eran tan densos y copiosos que hacían difícil la visión, por lo que perdí su imagen. La masa de nieve seguía subiendo, presionando mis músculos, los brazos contra el cuerpo, imposibilitando el movimiento, momentos angustiantes. Sentí punzadas de dolor en el pecho por el frío, y el hielo era tan inescrutable y subía a tal velocidad, que lo tuve lo suficientemente cerca como para meterme un puñado de nieve en la boca con solo mover levemente el cuello. ¿Ya está? ¿Ahí acababa lo absurdo de mi sueño? Mi conciencia se congelaba al mismo ritmo que mis dedos, noté en mi mente estallidos de lúcida demencia, cerré los ojos, esperé. A lo lejos una frágil melodía hacía vibrar el paisaje. A lo lejos, las mariposas aleteaban volviendo a su dichoso letargo.

Lidia Monllor Alonso       
U. de Alicante.                                           

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