viernes, 4 de noviembre de 2011

UN ROMANCE VIRTUAL


UN ROMANCE VIRTUAL


Se enamoró perdidamente de una mujer cibernauta. Había oído en varias ocasiones que muchas personas en estado de soledad o desamor consiguieron su media naranja por este medio de reciente invención.
Antes del amanecer, entraba en la red  y se dedicaba a contemplar la imagen de la pretendida: los ojitos con los que siempre había soñado, entre verde trigo y verde mar; labios de una conocida modelo, con el arco de cupido bien marcado, en forma de un diminuto corazón; cabello rubio, largo, ondulado, una debilidad heredada de su padre; el cuerpo escultural, para despertar la envidia de los amigos y la tiña de los enemigos; la consabida minifalda azul cielo, el color preferido de los enamorados y de los poetas románticos.
          Sandra, la implicada, le había advertido en varias ocasiones, al inicio de la relación, que tuviera cuidado de no enamorarse antes de conocerla personalmente. Y le recalcaba: “Es muy probable que la usted ve ahí, no sea yo. Muchas colocan fotos de modelos que en nada se parecen a ellas, sólo para impresionar. Casi todo el mundo elige su mejor perfil a la hora de ponerlo en la  ventana, aprovechando el poder del maquillaje o de algún software que permite embellecer a los menos dotados por la naturaleza. ¡No te dejes engañar, Javier!”
          Estaba tan ilusionado con la figura de la foto que ignoraba las advertencias y, por el contrario, cada día le proyectaba más afecto. Soñaba con ella, como lo hacen los amantes de carne y hueso con su amada real; quería hacerla su esposa o, al menos, su pareja para toda la vida; y, lo que parece peor, sintió celos como en los amores de verdad. No toleraba las fotos en las que Sandra aparecía acompañada de alguien, lo tomaba como una burla a su honor de hombre o una muestra descarada de infidelidad e inmediatamente le ordenaba que pusiera de nuevo en la ventana el pic de la minifalda azul.
          El amor no era mutuo, seguía un curso unilateral. Javier, día tras día, se enamoraba más de la imagen de Sandra, pero ésta  seguía impertérrita. La veía cada vez más joven  y, junto a las frases exaltando las cualidades intelectuales y morales que de ella le llegaban por el computador, en las casi interminables horas de chateo, el enceguecido pretendiente armaba la mujer perfecta.
La Webcam, le advertía Sandra, no permite ver con claridad muchos detalles claves en una relación sentimental de chateadores con fines serios. Pero Javier hacía caso omiso de las advertencias, como si las palabras le entraran por los ojos y le salieran por los oídos y, por el contrario, se emocionaba hasta el extremo con las expresiones de cariño de los enternecedores emoticones, repartiendo abrazos, besos y otras caricias insinuantes, que mutuamente se enviaban vía computador.
          Y se fijó la  fecha del encuentro cercano. Pensaba que ya conocía suficientemente a su novia virtual y había llegado el momento de visitarla personalmente y, de paso, comunicar a la familia el día del matrimonio.
Viajó a Lomagrís, buscó en la agenda el nombre de la calle y el número de la placa. Como no pudo hallarlos, entró a un café internet para contactarla por e-mail. La respuesta fue certera: Cuenta cancelada, usuario inexistente.


Pedro Nel Niño Mogollón
Bucaramanga

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