viernes, 4 de noviembre de 2011

MIENTRAS DUERMO


MIENTRAS DUERMO

                                                             “Soñarlo se me ha vuelto recurrente”.
     
Y fue así como me resulto tan fácil contemplar la noche en que me abandonó después de una charla cibernética. Se quedó el sabor de su cuerpo indeleble; intacto en mi boca. Mis calzones húmedos, después de ver en el cuadro azul que me ofrece la ventana, que venía  hacía mí y  embestía con ímpetu mi cuerpo. Monsieur. Eso era él. A pesar de su corta edad, era un chico poco típico en medio de las oleadas de jóvenes lúbricos y  descerebrados.
Como era costumbre, debía terminar esa noche la lectura de un tedioso texto que la Universidad  me obligaba  a leer. No era relevante para nadie –salvo para el profesor que cobraba sus horas por un inútil curso de inducción–. Fue preciso encontrarlo allí, en la misma burbuja de redes sociales. Con su nombre claro, sonoro. Inicié una conversación que había quedado pendiente algunos días atrás cuando el camino a casa nos dividía en extremos opuestos. Le dije ese día antes de partir: soñé con usted. Pensé al momento de hablarle: ¿esto parece una persecución? –Y si que se le acusa de este delirio–. Había salido de forma quizá involuntaria de su boca mientras tomábamos un café; que por un tiempo tuvo que ocuparse de los asuntos de la Universidad y el trabajo desde su casa. Una chica lo había perseguido durante dos meses, y cuando por fin lo tuvo cerca quiso arremeter hacia él. Había sido su amante de turno. Su cavilación momentánea, dijo él. Pero en realidad solo lo buscaba para devolverle un libro. A ella le importaba un pito, solo supo de eso cuando un mensajero entregó el paquete con la nota adjunta en la portería de su edificio.
Tenía veinticuatro años y estudiaba leyes. Eso no solo le impartía un carácter futuro de hombre con traje –por los cuales tenía cierta afición a los quince, que no superé–, sino el uso apropiado del lenguaje. Aquello era sin duda, lo que me seducía de su correspondencia. Tomás escribía historias de amor. Era su pasatiempo imaginar a las mujeres como piezas de rompecabezas, algunas piezas planas encajaban correctamente, y otras eran desechadas al menor error. Las rubias, cabello rizado, boca roja, pómulos sonrosados, lunar a la altura de la comisura de los labios, eran en su mayoría los perpetuos personajes de sus relatos. Sin duda, no habría cabida para mí. Soy una versión libre y contrahecha  de su ideal.
La conversación resultó calibrando mis neuronas. Debía responder en el menor tiempo antes de que el clímax de la conversación decayera y terminara por despedirse para ir a dormir. Eso era algo que no quería escuchar. No mientras añoraba desabotonar su camisa blanca y entallar la horma de mi cuerpo en el suyo. No cuando erizada por el frío de la noche, aguardaba a un hombre dionisíaco para nuestra orgía. No cuando soñarlo se me ha vuelto recurrente.
Pero fue preciso, la lectura de la Universidad no daba espera y sus párpados cargados  no querían seguir dilucidando una idea remota de encuentros que resultarían fantásticos. Cabalgando como misioneros sin fe, uno sobre el otro, dejándonos rodar por campos verdes. Así que cancelamos de mutuo acuerdo nuestra charla, y cada uno fue a su cama apretándose los labios, ungidos de saliva dulce.
Después de sostener tres líneas con él e ir bajo el cubrecama, los ojos se me quedaban pendientes al techo de madera y formaba su figura con las puntillas mal puestas. Y las sombras, de los rayos cortos que la farola de luz pública daba hacia mi ventana, otorgaban una atmósfera deseable a mi habitación.
Quise decirle antes de partir: “Cuando te miro, tengo la sensación de que te estás convirtiendo en el eterno tema de mis sueños. Me quedé anclada a ese pensamiento toda la noche. Era suficiente. De aquella madrugada recuerdo palpable sus gotas de sudor en la frente y el cuello, cayendo después de bañar su piel sobre mis redondeces. Vi como despojado de sus ropas, escondía el cuerpo bajo mi abrigo, solo cubierto con sus juicios sobre el amor, muerte, soledad, abismos. Abismos que no nos abandonan, que nos separan. El estrecho espacio en mi cama dificultaba su ejecución. Luego de un preámbulo lleno de cortes de aire, besos resbaladizos, el calor siendo el mismo, apreté su cuerpo al mío y una cinta invisible enredó nuestras pelvis, y los brazos eran suculentas armas para descubrirnos. Lo sentí. Exacto. Dentro de mí, apostando ingresar completo para arañarme el alma. Posando su mano sobre mi cabeza, peinando mis cabellos, luego limpiando mi rostro inundado de su aliento. Nuestra respiración unísona al primer disparo de placer. Amor, las balas hieren, pero si he de morir pronto que sean las tuyas las que me maten, quise decirle susurrando a su oído. Cabalgó lo que el tiempo le permitió sobre mí.
Como las piezas de engranaje en el reloj, las manecillas se sabían allí, juntas, pero no se rozaban. El aroma de mi cama se renueva con el suyo. Ahora no soy yo. Soy solo una parte de lo que él dejó. Esfumándose con un repentino despertar mío, luego de un grito que alguien escogió al azar para no sucumbir a mis placeres.


Participante:
Nombre: Leidy Kirley Rivera
Cali


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