Abril, se veía llegar si más anuncios a su espalda que una hilera de lluvias congeladas, amanecía un sábado a las 6 y 30 de la mañana, apretado de noticias y suicidios; la semana agonizaba con dos atracos en la calle Maldonado, la llegada inoportuna del alcalde, Lucio Penagos, después de recorrer medio país y una página escrita a doble espacio aun sin terminar: el estribillo turbio de la maquina de escribir, espantaba otra vez a novatos llegaderos, mientras las palomas alojadas en el triste balcón del periodista volaban enfurecidas a campos más tranquilos.
En el revoltijo negro de crónicas, amuletos y soñares, Jorge se daba por vencido, tenía la obligación de entregar ese sábado, a las 11 de la mañana a su temido jefe, el titular que impacte, que arrase con lo hecho, que sea verdad, mentira o puro invento, pero su maquina, no hablaba ya, las historias que antes se imprimían a media madrugada, estaban muertas. El descompuesto reportero con su vestir delgado, amante de lo incierto, estrujaba con fuerza los cascajos del olvido, descomponía archivos de libros y periódicos, pensó entonces en revivir lo que ayer se convirtió en noticia, y de repente ante sus ojos negros, un titular decía; DUENDE SE ENAMORA DE JOVEN BOGOTANA, estaba escrita en altas y tinta casi roja, una fotografía de bastas dimensiones, amarillaba los bordes del espanto, Jorge Castro, leyó casi al instante lo que en su interior decía. DOMINGO 27 DE MARZO DE 1952, rezaba el encabezado, y sin dejar de tomar un sorbo de café, buscó el lugar donde se desarrollaron los hechos, sin pensar más que una vez, guardó, libreta, cámara y grabadora, los 28 años que separaban, su presente no podían estar desfigurados, habría quizá una palabra que quedaba aun sin editar, la respuesta, aletargada de la fuente. A las 9 y 30 de esa misma mañana entumecida, marchó a un viejo poblado, que señaló el escrito, dos horas de viaje, en el transcurso, el periodista olvidó sin remedio la angustiada cita de trabajo y a media mañana buscó a la mujer moldeada en el retrato, golpeó tres veces la puerta de una edificación amplia y descompuesta, le recibe un hombre que al parecer tocaba ya un centenar de años, Castro pregunta por la señorita Olga María Cortez, el hombre que era dueño de una extraña lucidez, le hace entrar al cuarto donde ella se encontraba, Jorge la observa, sentada a lado de su cama, con la belleza completamente viva, intacta en la eterna juventud de su recogimiento, como si esos halagos, de los que fue merecedora hubieran convertido los pliegues de su frente en destellos voraces de deseo. El reportero miraba su noticia atormentada como quien descubre el encanto nuevo de un amor sin estrenar, los interrogantes viajaron uno a uno en su cúmulo de notas de papel y sin más compensación que la mirada infame de su fuente se acercó a ella para dar por iniciada la esperada entrevista.
“Han pasado ya casi treinta años desde que usted señora fue víctima de un amor endemoniado,” afirmaba, Jorge Castro y tratando de ordenar sus caprichosas ideas, se dirige a su agraciada entrevistada y le suplica que narré los más íntimos detalles de lo ocurrido, pero ella parece discurrir entre lo perverso y lo sagrado, como si un ensalmo del destino, hubiera arrancado del hueco de su alma la simplicidad de una infancia prematura, al momento el hombre que hace unos minutos le dio la bienvenida, le indicaba entre muecas y ademanes que la mujer no hablaba hace incontables años, que todo sucedió en una tarde de cinco en adelante, cuando aún el sol amontaba sus débiles calores, mi hija decía el hombre era sana, ni sufría de enfermedad alguna, pero ese mismo día llegó a la casa, donde vivíamos con su madre y tres hermanos más, abandonada en una sonrisa solitaria, la misma que ahora usted observa, no comía y los juegos de su edad desparecieron por completo de su vida, en las noches, relataba el viejo padre, vientos de naturaleza maligna visitaban, nuestra casa, muchos dijeron ver al duende entregando sus pasiones a mi hija, nunca entendimos porqué, casi todas las mañanas la cama de la niña, se extendía llena de joyas y dinero, ya ni recuerdo los santos y promesas que encomendamos al cielo. Cierto día con la sangre de un borrego quisimos espantar, el ensalmo cruel del hombrecillo, pero nada bastaba para detener ese amor desconocido, que fue secando las palabras blancas de mi hija, aun en estos días siento la presencia de la negra aparición, que aprisiona los años de la Olguita, está atado a los arrumacos de su cuerpo y aunque no tiene carne, la ama como nunca lo hizo ningún hombre. El reportero, confuso ante semejante historia, guarda en su mochila cuanto trajo, se lleva una fotografía de la hermosa atormentada, se despide con afán; en el camino repasa una vez más el titular del domingo, pero nada surge, solo piensa en volver a ver a Olga María, entonces siente celos de aquel aparecido y sin más decide titular: DUENDE Y PERIODISTA SE DEBATEN POR EL AMOR DE OLGUITA.
Autora:
CECILIA CARMEN MIRANDA MONTENEGRO
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