viernes, 4 de noviembre de 2011

EL AMOR DE SOFÍA


EL AMOR DE SOFÍA

Desde niña Sofía le oraba todas las noches, tomaba la estampa en sus manos y como si fuera el pétalo de una rosa, lo acariciaba hasta que sus ojos ya cansados de tanto admirar su imagen se cerraban. En su cuarto reposaban láminas de todos los tamaños  y una figura custodiaba su cama desde la repisa donde Sofía todos los días prendía una vela y le adornaba con flores de temporada. Era él, su Ángel de la guarda, el único al cual Sofía le contaba sus más íntimos secretos, sus tristezas y quien la acompañaba día tras día en ese cuarto oscuro del internado donde vivía alejada de sus padres. Para ella no existía más, era su mundo, su escape, un ser que aunque no lo podía palpar estaba allí y ella lo sentía cada vez que lo llamaba. Sofía siempre fue sola, se sentía sola, era como una flor en un desierto, en un colosal desierto que solo buscaba consumirla en su inmensidad, pero ella siempre se refugiaba en él, era como desconectarse del mundo, sentir paz y tranquilidad, una sensación de gozo que nadie le proporcionaba y siempre estaba disponible, sin condiciones sin ataduras. El amor y devoción que ella sentía por ese hermoso ser de cabellos dorados,  rostro perfecto lleno de luz que reflejaba la fuerza y poder, el mismo que mostraba empuñando una espada, hacían que Sofía perdiera sus pensamientos en la seguridad que él siempre le proporcionaba. En las noches Sofía en su cuarto a media luz, sentada en un sofá maltrecho por los años pasaba horas hablándole y cantándole a la figura que por tantos tiempo le había brindado protección. Una de esas noches en las cuales Sofía inmersa en su admiración sintió como un suave viento le acarició su cabello e hizo que todo su cuerpo temblara y su corazón retumbando en su pecho hacía que Sofía pensara que por fin sus súplicas se habían hecho realidad. Despacio como en cámara lenta Sofía se levantó de su silla y al observar sobre su hombro vio una luz destellante que rodeaban a un hombre que como salido de un cuento de hadas estaba allí parado frente a ella, tenía una sonrisa en los labios que hacían sentir a Sofía una alegría infinita, era tal la sensación de tranquilidad y plenitud que Sofía sentía que sus pies se habían despegado del suelo, por un momento pensó que estaba soñando, levantó su mano temblorosa y extendiéndola frente a él quiso tocarlo, en ese momento todo quedo en sombras, en silencio, Sofía quedó perpleja y por minutos todo su cuerpo tieso como el yeso no reaccionaba ante tal aparición. Cuando Sofía reaccionó, los rayos del sol se colaban por entre las rendijas de su roída ventana y hacían vislumbrar el espacio que por un momento para Sofía fue el paraíso. Pasaron muchas noches en las que esta mujer con cara de niña e inocencia inmaculada suplicara nuevamente a ese gran amor volverlo a ver, quería volver a sentir esa emoción plena y quedarse en ella, pero nunca sucedió. Sofía marcada por los años, veía como día tras día su devoción y amor se hacían cada vez más fuertes aunque su cuerpo más débil no le impedía soñar con volverlo a ver. Tal vez Sofía en su enceguecido amor hubiera podido comprender que lo que ella sentía no podía ser, se había pasado los años rindiéndole devoción y respeto a un ser que aunque bondadoso y bendecido jamás podría cumplirle a Sofía su más grande anhelo, estar junto a él. Una noche fría de invierno, Sofía tomaba una taza de té frente a una chimenea que había encendido para cobijarse del frío que helaba los huesos, pensaba que si ese hermoso ser no podía venir a quedarse con ella para siempre, ella si tenía la solución para su eterna felicidad. Se levantó precipitadamente y como un niño buscando su más preciado juguete, comenzó buscar en su viejo anaquel algo que le permitiera cumplir su sueño, entre loza y cuadros viejos encontró lo que sería la puerta al encuentro de su amado, una soga vieja y roída por los años le permitiría ir a él. Con la paciencia con que un artesano labra su escultura, armó el nudo que le iba a oprimir su garganta, estaba emocionada, era el momento esperado, la cita que por años había aplazado y que al fin podría consumir. Nunca Sofía se había sentido mas viva, sintió una corriente de energía que corría desde su cabeza a sus pies y allí sola en su cuarto como siempre había estado cerró sus ojos para nunca más volverlos a abrir. Sofía creyó que lo volvería a ver, pero cual no fue su tristeza, cuando al verse parada frente a un camino oscuro y tenebroso no lo encontró; en su reemplazo vio a un viejo con ropas como trapos que se acercó a ella y con mirada penetrante le dijo: - A quien buscas hermosa dama nunca lo encontraras aquí, él es un ser de luz que te acompaña mientras tu vives y te brinda sus alas para que te cobijes – Aquí solo encontraras un espacio vacío porque tomaste por tus propias manos lo que Dios con tanto amor te concedió y rechazaste, tu vida- - Ahora tendrás que pagar el precio por tu obsesión y vagaras hasta que el todopoderoso te permita retornar a él- Sofía no lo podía creer, se sentía aterrorizada y engañada, trataba de gritar pero no podía, su voz era parte de su cuerpo y al no tenerlo ya no era posible. Se puso de rodillas y con lágrimas en sus ojos, desde dentro de su ser pidió que le fuera perdonada por haberse enamorado de lo que para ella fue su mundo y toda su vida, porque tal fue su ignorancia que no le permitió darse cuenta que estaba equivocada y que siempre estuvo obsesionada por un amor imposible pasional, terrenal, que la condujo a creer que aquel Ángel al que ella tanto invocaba y amaba la iba a fundir con él, como se funde en los brazos de un hombre su enamorada.


Luz Alixon Medina Guzmán
Bogotá


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