EL TRATO
La sonrisa dibujada en su semblante traspasó el umbral del espacio y el tiempo. Aquella escena marcada por la tragedia quedaría en la posteridad como un acto de amor puro. Fue doloroso para él, sin embargo, el dolor no logró borrar la expresión de satisfacción, que aún sin rostro, se grababa para siempre en su espíritu y en la memoria de todos los que conocieron el caso de cerca.
Esteban moreno, un comerciante colombiano que a punta de esfuerzo y trabajo duro, logró sacar su empresa adelante. Hacia varios años que disfrutaba del dulce sabor de la prosperidad. Desde que posicionó su producto en el exterior, las finanzas de la familia se habían disparado. Lastimosamente en su país ser prospero no solo traía bienestar, muchas veces añadía Sufrimiento.
Su hogar, conformado por una bella esposa, dos hijas señoritas y David el primogénito. Un joven de veintidós años que llevaba en su cuerpo las marcas genéticas del padre. Además del parecido físico poseía un carácter similar al de su progenitor, resultado de la estrecha relación que tuvieron desde que lo tomó en sus brazos por primera vez.
Todo marchaba de maravilla, hasta que meses atrás una noticia les cayó como baldado de agua fría. El secuestro masivo estaba confirmado. De los veinte universitarios plagiados, quince de ellos habían sido soltados por sus captores. Tuvieron tiempo los guerrilleros para indagar por las familias y por el estado financiero de cada una de ellas. Aquellos estudiantes que no les representaba una oportunidad para llenar sus arcas, eran considerados un estorbo y dejados en medio del camino.
Los días fueron pasando llenos de incertidumbre. Por una parte el acoso de los secuestradores exigiendo dinero, por la otra, la presión de las autoridades para que no pagaran ni un centavo y confiaran en un rescate militar. Estaba a punto de enloquecer, imaginaba a su hijo en los martirios del claustro y su corazón se comprimía de dolor. La noche anterior a su valiente acto, no pudo conciliar el sueño ni un minuto. Mirando al techo del dormitorio, lo convirtió en la pantalla donde reflejó una a una las vivencias con su hijo. Fue una noche de llanto y sonrisas solitarias, habló solo, mientras recordaba cada escena con Juan David.
Nadie sospechaba el desenlace de aquella situación, él si. La madre creía que aquel viaje era para recoger por fin a su hijo. Después de haber dado más del ochenta por ciento de su fortuna ¿Cómo no lo iban a entregar? Abrigaba la esperanza de verlos llegar a ambos y despertar de aquella pesadilla. No imaginaba la tragedia que se avecinaba. Una semana antes de dar la última suma de dinero, el joven David intentó escapar de sus captores, fue interceptado fácilmente y en medio del forcejeo el arma se disparó. Murió uno de los cabecillas. El comunicado se dio telefónicamente al padre: “Hemos recibido satisfactoriamente su aporte a nuestra causa, pero lamentamos informarle que su hijo no saldrá con vida de las selvas colombianas, le hemos hecho un consejo de guerra por la muerte del comandante Barrera y fue sentenciado a morir fusilado” Sintió que se le acababa el mundo, pero pensó rápidamente y expuso una contra propuesta a quien estaba al otro lado del teléfono.
Llegó al punto de encuentro con cierto nerviosismo. Desconfiaba de la palabra de esos hombres. No obstante, guardaron su promesa. Parece ser que el arrojo del padre les conmovió un poco. Se encontró con su hijo de frente, lo vio tan demacrado. El abrazó duró unos minutos, solamente lo interrumpió la voz del comandante. Don esteban, ya es hora. Ambos se encaminaron a la camioneta, a David le brillaba el rostro por la cercanía de la libertad. Llegaron hasta el vehículo, el padre entregó las llaves al que llevaba su apellido. Vete cariño, comenzó a decirle mirándolo a los ojos, no pares hasta el primer pueblo, cuida a tu madre y a tus hermanas. Vive hijo mío, disfruta de tu existencia y sácale jugo a la vida. ¿Papá que pasa? preguntó el muchacho. Yo me quedo mi amor, ese fue el trato.
No había avanzado mucho el recién liberado cuando escuchó tres disparos de fusil. Al mismo instante del estruendo vio la Biblia abierta encima del tablero del carro, había un versículo subrayado. “NADIE TIENE MAYOR AMOR QUE ESTE, QUE UNO PONGA SU VIDA POR SUS AMIGOS” Elevó una oración mientras se alejaba del lugar, gracias papá por amarme tanto. Unos kilómetros atrás dos guerrilleros enterraban el cuerpo de un hombre que murió fusilado con una sonrisa en los labios. La guerrillera dijo: Primera vez que veo a una persona morir sonriendo, y alguien contestó desde las filas… es que murió por amor.
DATOS DEL AUTOR
Nombre: Jaime Humberto Pérez Salazar
No hay comentarios:
Publicar un comentario