viernes, 4 de noviembre de 2011

Carta de amor de un gigante de piedra


Carta de amor de un gigante de piedra

Querida Panagiota
No recuerdo cuando fue la última vez que tuve noticias tuyas, tal vez ya me hayas olvidado, yo por mi parte te recuerdo cada día y escribo estas líneas animado por la esperanza de saber de ti.
Todo ha cambiado desde que te fuiste, y el tiempo se ha encargado de borrar hasta el último vestigio de mi actitud soberbia de los días gloriosos. En Rodas, apenas queda el recuerdo de aquella tarde triunfal en la que Demetrio no tuvo más alternativa que ordenar la retirada de sus tropas. Que lejos ha quedado aquel día en el que se me concedió el honor de representar a Helios y la maestría con la que mi gran amigo Cares moldeó la piedra durante 12 años, sacrificando incluso su propia vida.
Cada tarde recuerdo como sentada a mi lado en el Monte Smith disfrutabas la llegada de los barcos viajeros que atracaban en el puerto de Rodas, cuya tripulación se acercaba a nosotros, impresionados mucho más por tu belleza que por mis 32 metros de altura y mi magnífica cubierta de bronce. Fueron esos mismos viajeros los que se encargaron de difundir todas esas historias sobre mí, que finalmente me valieron para ser considerado como una de las siete maravillas del mundo. Que ciego estaba al creer que tocaba el Olimpo con las manos, no pude ver que toda la fama y el reconocimiento que recibía, sólo habían logrado alejarme de ti.
Maldigo el día en el que te fuiste de mi lado, así como el orgullo y las responsabilidades de mi posición que me impidieron correr detrás de ti. Nada tuvo sentido para mí después de tu partida, sin embargo, el espectáculo tenía que continuar, así que dejé a un lado mis problemas y decidí seguir adelante. Todo pareció volver a la normalidad hasta aquel terrible terremoto que destruyó mis cimientos y acabó para siempre con el coloso que llegué a ser. Todos aquellos que me admiraban y me seguían me dieron la espalda, ninguno de los que se hacían llamar mis amigos en los buenos tiempos, se atrevió a ayudarme a levantar de aquel terrible golpe, todos temían las consecuencias de desatar la ira de los dioses al desobedecer los designios del oráculo.
Abandonado por todos, permanecí entre las ruinas de mi pasado, alimentándome con tu imagen y las memorias de una época dorada, después de unos años, todos se habían olvidado de mí, hasta que ocho siglos después un grupo de musulmanes en una de sus incursiones a Grecia, me despojaron del bronce que me cubría y que había conservado como último testimonio de mis días mejores.
Ni siquiera el esfuerzo de Francisco de Goya pudo sacarme del olvido, no imaginas lo difícil que es ser un gigante de piedra solitario, sólo me mantiene a flote el recuerdo de tu amor y la esperanza de volver a verte algún día, la misma que hoy me hizo romper mi silencio.
Confiando en que esta carta llegue a tus manos, esperaré cada día de mi vida tu respuesta
Siempre tuyo


seudónimo_
El Coloso de rodas
Bogotá 

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