viernes, 4 de noviembre de 2011

Viaje roto


Viaje roto

1
A ella le pareció que nunca antes había escuchado una confesión tan absurda. Se le vació repentinamente el estómago. Sintió que le habían disparado a quemarropa. Imaginó que así se sentiría.

Él, recostado en la cama junto a ella, esquivándole la mirada, continúo.

-Necesitas buscar otros mundos.

Ella no recuerda si él dijo algo más, porque desde ese momento dejó de escucharlo. La casa se quedó sin techo y el firmamento gris, siempre gris, de esa ciudad gris, quedó al descubierto. Levantó la cabeza y concentró su mirada en un solo punto. Por interminables segundos se quedó buscando una respuesta para ese hombre.

Atinó a decir algo.

-¿Pero qué te estás creyendo güevón? Te seguí hasta la puta mierda, ¿y me salís con otros mundos?

Nada, él no dijo nada, seguía ahí, recostado en la cama. Sólo la miraba, como indagando, buscando aunque fuera una sola palabra. Pero nada pasó, nadie dijo nada.

Nada, eso fue lo que pasó, ella nunca había dicho nada, él no había escuchado nada. Claro, ella jamás se hubiera atrevido a soltarle un ‘güevón’ siquiera. No soportaría la idea de ofenderlo. No soportaba la idea de perderlo. Siempre se tragaba todo. No le salían los gritos, la rabia, toda la mierda.

-No me importa – pensó temerosa– yo no quiero otros mundos.

2
-Eres mi mujer etrusca, la gigante de mis sueños, mi mejor rival.

Sus palabras siempre la envolvían en sueños de amor. Sueños que antes casi nunca tenía, porque en realidad, hasta esos días, no encontraba nada complejo en eso tan sencillo que llamaban amor.

3
Ahora, caminando por calles totalmente extrañas para ella, trataba de encontrar sentido a cada una de las palabras de ese hombre, ése que se había convertido en un imbécil, ése que quién sabe a quién le estaría escribiendo sus ridículas letras. –Ése - insistía ella –, ese imbécil.

Se sentó en una mesa cualquiera, de un Café cualquiera, y mientras consumía a pequeños sorbos su cargado café, tomó de la mesa un libro nuevo, que acababa de comprar, y su rostro se reflejó en el plástico que lo cubría. Y se fijó en ese rostro que por momentos creyó no era el suyo, pero que luego, poco a poco, fue recobrando sus verdaderas facciones. Y él, él también recuperaba su verdadero rostro, aunque ahora se pareciera más al de un niño. Un niño tonto. Irresponsable. 

4
Era de noche y ella decidió volver. Él esperaba recostado en la cama. Ella se puso frente a él y se quitó la blusa.

-Esto es lo que quiero, le dijo, con una seguridad que a ambos sorprendió.

Él no se atrevió a decir nada. La besó con desesperación, casi succionó los senos que se le ofrecían. Se quedaron sin espacio en la habitación.

En medio del espeso vapor, seguían desnudos. Ella acostada, se volteó y lo miró. Él esquivó la mirada y le dio la espalda.

-¡Vos!- le gritó ella – vos sos un hijueputa.

Esta vez, él la escuchó.
*****
Escrito por Silvana Bolaños Torres
POPAYAN




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