viernes, 4 de noviembre de 2011

Ella no lo sabe


Ella no lo sabe

Estoy enamorado de Natalia. Natalia es mi mejor amiga. Cuando la conocí me gustó de inmediato. Intenté algo con ella, pero me dejó bien marcado un no sobre la frente. Entonces no la amaba, simplemente me sentía atraído. Hay que ver a Natalia. Tan flaquita como es, parece salida de los sueños más húmedos de Dios. Por esa época yo salía con varias mujeres y me daba igual que alguna no mordiera el anzuelo. Con Natalia cometí un error. Por costumbre, debí dejar que ella siguiera su camino y continuar el mío. La casualidad se interpuso. Natalia aparecía en todas partes: en cada librería, bar o biblioteca. No la culpo de nada.  Teníamos  amigos y gustos en común.

Me hice amigo de Natalia poco a poco. Nunca había tenido una amiga, al menos no una que fuera bonita. Mis amigas son todas feas. Terriblemente amables, terriblemente feas. Lo de Natalia fue algo espontáneo. Pasamos mucho tiempo juntos. A ella le agrada ver películas en mi casa. Yo prefiero caminar junto a ella, observarla  mientras baila las calles y los semáforos. No lo había dicho, creo que Natalia nació en un circo. Nunca se queda quieta y podría hacer malabares con mis huesos si lo quisiera. En el semáforo, le gusta jugar con cintas y  también con fuego, sobre todo con fuego. Así se gana la vida.

 Manuel es un compañero de la Universidad. Quería conocer a Natalia. Lo ayudé. Ella no es mía y verla con otro me ayuda a entenderlo. Le marcaron un sí sobre los labios. Manuel es algo lento, casi tonto. No estoy derramando bilis, lo digo porque lo conozco. Estudia filosofía y tiene el cabello hasta los hombros. Le agrada tomar café mientras lee a Nietzsche. Estando con él, Natalia se quedó sin  tiempo para los amigos. Tarde o temprano tenía que pasar. Adiós Natalia, seguir con las feas. Esas casi nunca tienen novio y siempre les sobra tiempo. No supe nada de Natalia por algunos meses.

Un domingo apareció en mi casa con una lágrima cortándole la cara. No tenía nada que ver conmigo: Manuel la había dejado.  Me dijo que traía  una herida infinita. Yo le presté mi hombro toda la tarde. La infinitud de su herida solo duró tres semanas. Fernando, un vecino, se encargó de curarla. Él tiene una banda de rock y yo arreglé que se conocieran.  A Fernando siempre le han sobrado las mujeres, aun así, nunca las comparte. Igual que Manuel lleva el cabello largo, adora a los Rolling Stones y asegura que solo su guitarra merece ser amada. Natalia dijo que era el hombre de su vida, que quería sacarle cría. Un mes después,  regresó con el filo de otra lágrima sobre el rostro. Le presté el otro hombro mientras me daba cuenta que su herida, más que infinita, era circular. Que se trataba de  un ciclo repetitivo de heridas hechas por hombres que, en últimas, eran el mismo hombre.  Me acostumbré a ese tipo de  amistad intermitente.

Entendí que amaba a Natalia una mañana mientras me lavaba los dientes. Escupí la espuma y al mirarme en el espejo: observé que mis dientes eran sus dientes, que mi boca era su boca y  mí reflejo su reflejo. Me sentí bien durante todo el día. Hasta pensé en decírselo a Natalia. Pero Natalia tiene un nuevo novio y yo conservo bien clara la marca que me dejó en la frente. Realmente aquí no existe ningún problema. El amor, como cualquier dolor de estómago, se pasa con el tiempo. Bastará disimular un poco.
Hace unas semanas regresé con Adriana. Ella me ayuda en estos casos. Sabe borrar amores. Limpia el alma gratificando al cuerpo. Conoce de masajes y besa donde otras no besan. Yo quiero mucho a Adriana. Me gustaría tomarla imaginando a Natalia. Pero los años de trabajo han hecho que Adriana tenga algunas excentricidades en la cama. Puede que a sus otros clientes les agraden esas cosas, admito que a mí también un poco, lamentablemente, son el tipo de cosas que Natalia nunca haría. Eso es bueno para mí, realmente no me conviene pensar  en ella.
Me he olvidado de Natalia, lo he hecho varias veces, algún día será definitivo. Nos hemos embriagado juntos  y nunca le he dicho nada. Adriana dice que yo lo que tengo es miedo. Le dije que no se metiera, que ella solo es una puta y no me importa lo que piense. He estado enamorado antes. Conozco este juego. Solo necesito tiempo, alejarme un poco de Natalia y acercarme más a Adriana y a sus colegas. Ya lo he dicho, el amor es un dolor de estomago. Natalia sigue tomándome la mano por  la calle sin sospechar nada. Yo tiemblo cuando ella lo hace. Alguna vez temblé por alguien que no era Natalia, pero ahora ya la he olvidado.

Autor: Eduar Fabián Sierra Trujillo
Ibague

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