Monte Blanco
En la mesa de un bar de luz azul llamado Monte Blanco, suena una canción con aire de saludos prohibidos que apaga la mirada de dos fulanos que se muestran impotentes por el pare que segrega sus voces, y, que a partir de siete encuentros improvistos, los hace buscarse en las noches por el sendero de una calle oscura, pidiendo desesperadamente un mínimo contacto en el que sus ojos perplejos en el rostro del otro descansen al sentir el aroma de sus pieles confundirse, mientras sus voces se funden en un ¡hola! y aprenden a disfrutar de esta corta compañía.
Luego en el sueño, se llaman entre sí, volviendo a imágenes y situaciones pasadas como aquella en la que él es quien camina por el extremo de la colina exhibiendo tanta serenidad como misterio. Ella, sentada en el asfalto, encandelilla con los rayos del sol su visión al perseguir con su mirada y fina coquetería la figura que percibe al otro lado del camino, modelando con su rostro y cabello para atraerle. El hombre llevado por el encanto, tropieza y apenado se adelanta para seguir su rumbo; la joven confundida, se queda en cambio viéndole hasta que la silueta desaparece a la vuelta de la esquina.
Días antes al momento en que la melodía se inyecta en sus mentes como una droga que provoca una única emoción, en el Monte Blanco él reclamaba cálida y celosamente un poco de cuidado, esparciendo su pedido por todo el lugar cuando centró su mirada en ella, sin importar que los presentes presenciaran lo vivido; la joven se divertía con picardía porque finalmente sintió ser correspondida, pero al paso de unos minutos, una doble presentación que traía consigo incomodidad, los dejó al descubierto. La luz que hacia brillar sus ilusiones se apagó en ese momento, desplegando en el pensar frases de nunca jamás y de nunca será.
Termina entonces la canción en aquel bar de luz azul, el ambiente lúgubre acompañado de ruidosas y descompaginadas melodías, de humo de cigarrillo que los relaja y les permite respirar en medio de lo que parece una realidad podrida que impide acercarse realmente el uno al otro; toman el aliento necesario para volver a empezar y con una suave mirada, un gesto agradable y amable y una tierna sonrisa terminan la historia que nunca fue.
Carolina Villegas V.
Cali
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