PASAJERA DE VERANO
Yo subía por la empinada callecita que no conocía aún el pavimento, a pesar de estar a solo cuatro cuadras del parque central. Al pasar por la casa de Alto, la vi con su piel de luna, sus trenzas de azabache y la faz risueña y exultante de sus catorce primaveras.
Desde ese día empecé a soñar con ella dormido y despierto. La veía en la almohada de mis insomnios; la veía en los libros, en el tablero del salón de décimo grado; hasta en la custodia de la capilla se me aparecían sus ojos nocturnos y soñadores.
Desde el antejardín de mi casa, espiaba sus salidas para poder verla y hablarle, aunque fuera un instante. Así, todo el verano… ¿Por qué todo el año no era verano? ¿Por qué es tan breve la adolescencia? ¿Por qué los sueños son tan volubles?
De pronto, una noche de fines de Agosto, llegó a mi casa con su madre y su abuela, viejas conocidas de mi familia. Venían a despedirse, pues al día siguiente, regresaban a su lejano lugar de residencia en los llanos de Venezuela. Solo tuve tiempo de estrechar su mano temblorosa entre las mías heladas y sudorosas, y, mirarme por última vez en el fondo de su mirada oscura.
Nunca volví a verte, fugaz pasajera de mi adolescencia, pero siempre guardaré en un rincón de mis recuerdos tus ojos negros y tus trenzas de azabache.
Popayán
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