La Mejilla Resplandeciente
Mientras los otros son locuaces, ellos son tímidos. Afortunadamente tímidos. Sus voces apenas se escuchan como el vago trinar de un pajarito invisible. Pero en la empresa los locuaces están bajo el dominio de ellos, que escuchan perfectamente el vago trinar cuando los tímidos les exigen resultados.
El es tímido y ella también y frecuentemente eluden la mirada repentina y envolvente de los locuaces. Los tímidos evitan que el flujo de sus arterias se acelere a fondo porque los locuaces son hermosos. El estado de timidez en que se mueven sólo le concierne a los dos y ha empezado a compenetrarlos. Aunque trabajan en áreas diferentes, el cuidadoso número de la contabilidad hace que sus labores se entrecrucen indefinidamente. Los locuaces admiran furtivamente la destreza laboral de los tímidos y su autoridad suavemente espesa e indefinible cuando recae sobre ellos porque no los lastima. Si un locuaz manifiesta el desacuerdo más sutil e insospechado, los tímidos le sostienen una mirada larga y profunda sin llevarle la contraria, y aquél entiende que lo mejor es volver a su asiento y pedirle una agüita de yerbabuena a la señora de la cocina. Los locuaces saben que de los dos la más tímida es ella a pesar de ser más inteligente. Una parte reducida de su cara es tan blanca que casi nunca la miran a los ojos sino en ese punto exacto: donde la mejilla izquierda es una asombrosa hoja de nieve congelada. Los locuaces saben que no se trata de la incubación de alguna cicatriz. A menudo camina de medio lado porque así es más fácil mostrar la mejilla derecha. Y su timidez es más bien pálida como ésta parte de su cara que a veces se ensombrece, y como la parte congelada de su otra mejilla que yace sin vida. Una mezcla de penumbra y de cielo antártico se ha desdoblado sobre su cara. Los locuaces enseñan sus mejillas de frente y hasta se les hacen unos huequitos cuando se ríen.
La timidez de él es más bien secreta. No rehúye la conversación de los locuaces, ante un chiste se ríe al compás de ellos y cuando lo miran a fondo se enrojece invisiblemente. Pero su timidez ha empezado arder si diluirse aún ante la presencia de la joven de la mejilla congelada. Conversan en los descansos mientras toman la merienda, no del trabajo sino de cosas más placenteras con las miradas ya conectadas; él tras el caparazón de su timidez secreta, y ella de lado escondiendo su mejilla izquierda.
-Cuando oigo venir esos pasos por las escaleras, yo sé que eres tú-le dice él.
-Y cómo haces para saberlo-pregunta ella, ruborizada, sin que la hoja congelada se avive en su sitio.
Una mañana bien temprano antes de salir para su trabajo él se acercó a la ventana de su cuarto y descorrió un poco la cortina, y una luz aún cenicienta parpadeó, titiló en su cara y se desparramó por todo su cuerpo. Enseguida notó que su vestido brilló un instante, se sonrió un poco y salió rumbo a su trabajo. Esa misma mañana ella decidió saludarlo de otra manera. Siempre se saludaban oralmente y cuando él llegó ella le ofreció la mejilla derecha para que la saludara con un beso, pero él ladeó la cabeza rápidamente y la besó en la mejilla izquierda. Ella se estremeció. La tibieza de un amanecer caribeño se había posado con sus alas transparentes en su mejilla. Los locuaces que nunca se sorprenden titilaron enmudecidos también un instante. A él la timidez pareció diluírsele. Cada mañana se le acerca y la besa en ese punto exacto y él siente que con cada beso diario absorbe un trozo de frío de un milenario aposento cerrado. Y cada mañana también los locuaces empiezan a notar la tonalidad diferente que adquiere la fabulosa hoja congelada de la mejilla izquierda. Ya no camina de medio lado, lo hace erguida y de frente, con sus mejillas parejas aunque las dos sean diferentes, la derecha con la timidez de su alma y la izquierda más viva que nunca. Cuando la ven pasar sólo una cosa se repite en la cabeza de los locuaces: “La mejilla resplandeciente, la mejilla resplandeciente “.
AUTOR: JOHNNY FLOREZ GUTIERREZ
Bogotá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario