RIO, MUNDO, DEL DESTINO.
De sus males para el colmo, habían enterrado a su novia con vida. Silove, el que soplando para adentro las velas apaga, el que construye submarinos de papel para charcos de tres días, el que naufraga en los lavaderos sobre la espuma derretida, aquella tarde de noviembre no pudo ni pensar su fuga por aquel cañón oscuro en su sien derecha. Poseía en los labios de puños cantidades. Boca abajo sobre el globo, desnudo y sin atmósfera, con sus brazos secuestrados estatuas nudos en la espalda, Silove, divisó que allá contra la corriente entre piedras y piernas a su novia la violaban: ¡Enfermos hijueputas! Grito dinamitándolos de lejos pero el cañón como una bala hasta su paladar fue a dar; silencio malparido le murmuraron al oído, ¿por esa perra te vas ha hacer matar? …
Festivo el lunes era cuando al río la invito. Con moto prestada, sin documentos ni dinero, al balneario “Brisas del cofre” la invitó y ella, confiada, agarró su casco, cerró la puerta mirando el reloj de la sala; de retraso menstrual tres días ya serian. Deslizada la mañana, de suerte acertaron con el olvidado negocio. Entonces se lanzaron de la moto para buscar la trocha que a doscientos metros de la vía panamericana, conducía al refrescante charco. Con ropa y sin dudarlo, sumergidos en su lecho, soportarse no pudieron. Solos estaban, prendas mojadas, pieles que tiritan, cuerpos conocidos con ansiedad de recorrido, besos brazos enredados, bosque pubis derramado, río, mundo, del destino, silove pensaba. Se extendieron sobre las piedras mientras en la moto se oreaban sus prendas. En la rivera tendida, pausada, colmada, flotante, Silove escucho de ella la incertidumbre del retraso y él solo supo rastrear el equilibrio en el reflejo de la corriente alejada. Silente pero con ganas de silbar, el río lo envolvió en sus hojas troncos más abajo y desnudo se dispuso a mendigar huellas luces rastros de la arcilla, guías faros mapas pa pensar que si, un hijo, ¿porque no?...
De modo que sus neuronas en un si se abalanzaron, un si osado que a ese cañón escupió y que si, vida Verraca, por esa perra matar seria lo digno. No supo como hizo para derribar el denso peso que soportaba su lomo y el arma del delito a estallar se negó. Desvestido toro enajenado, corrió en busca de los gritos y alaridos que a ella le tapaban con la mano, de la piedra donde la manoseaba uno, le penetraba otro; alcanzaba a notar con claridad los perfiles transformados por las veladas medias cuando tonta inútil simple le bailo la pierna, frágil tibia lenta se torno su puteria, ecos en los montes, sangre gestos giros chupe por cabrón pensó el encapuchado que esta vez a disparar no se negó. Del momento en el que Silove divagando en aguas las posibilidades de un hijo contemplaba y tres hombres gatos pepos, silenciosas técnicas de acecho preparaban hasta el tiro fuego fijo donde la zurda pierna quedo hecha nada, habían pasado y vuelto a repasar un minuto pleno de mil soles planos. Y mientras Silove a causa de su rebeldía toneladas de patadas recibía, el menos empepado del trío de felinos dejo de manosearla, su boca liberó pero gritos no habían ya, solo el llanto asco de caricias puercas y la rabia mierda de fuerza contra fuerza que de lagrimas colmaba cada entrada que salía el poder que la humillaba. Aquel que en locura menor residía se acercó a su compañero, el arma arrebató. Tratando de enfriarlo, de frenar el tren de pata, tuvo que empujarlo y tirarlo hacia el rio cofre. ¡Tranquilo, fresco, ya cálmate, que muerto esta este gran marica! Silove, desinflado vaporoso concluido solo vio el olor que del río se escuchaba.
El niño que su propia ropa a lavar mandaron a la brava, maldiciendo pastos trochas se topó el cuerpo horizontal de un tipo ensangrentado un martes en la mañana. Arriba un poco más, cierta muerta abierta con el pelo entre los dientes piedra era de la orilla. Aquellos gatos que los abandonaron por ahí, sin aparente rastro de aparición se habían resulto a la chica uno a uno y sin afanes, pero ella ya hacia mucho rato no era huesos venas vellos, un quinteto de sentidos, acompañaba en el éter puro, las invisibles pocas simples mansas señas de la pierna de su querido herido.
Silove supo estar vivo en algún sitio de la tarde el martes. Sus ojos abrió y se sintió cual hormiga bajo lupa, intimidado por la inquieta cámara de una sombra que pregunta. Noticia enredada de almuerzo fue su historia. Nunca se supo cuales fueron los responsables de los hechos. Levantaron el cadáver cien hipótesis se hicieron. Archivo archivado. El dictamen del forense dejo en claro los túneles que la bala en su ruta taladró, además de los días de embarazo que tendría. Sobre lo sucedido al responder, Silove en huecos charcas de aguas pozos resbalaba andaba con intermitentes miedos, los principios ni los fines acertaba, su historia era la amalgama de cuerpos que tiritan entre arcillas prendas, el revés de ropa oreada sobre cauces piernas, los perfiles malparidos de troncos rotos, los disparos recordados ante senos hojas y sus risas se le escuchan en las piedras flotan.
Pasados los dos años ciertos médicos pararon de creer en sus promesas de verdad y de cordura, pues todo un historial de fugas y escapadas hacían cada vez más difícil creer en su posible mejoría. Su familia tristes, lo traían lo llevaban lo vestían, se engañaban para verlo como antes y tenerlo cerca en diálogos coherentes y concisos. Silove que nunca supo del embarazo la certeza, se hizo en doce años un personaje de la calle poste andenes bajo el brazo; todos los domingos con la manguera de los parqueaderos en la galería la esmeralda se baña, una vela prende y camina hacia el cementerio, jamás entra. Solo espera en silencio la lluvia de monedas en el cuenco de la mano, mientras las nubes gruesas grises se reúnen y entonces soplando para adentro apaga cirios invisibles y sale en busca de papel para su submarino. ¡En la jugada listo pilas que ya llueve Silove!, le gritan los muchachos en las calles de esta hidalga Popayán, al loco que risueño reclama al mundo las setenta y dos horas que aun le quedan, según él, para terminar de jugar con su hijo y amar a su mujer.
AUTOR : MANOLO GOMEZ MOSQUERA
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