viernes, 4 de noviembre de 2011

Atracción de Papel.


Atracción de Papel.

La primera vez que la vi, supe que debía ser mía. No habría poder humano o sobrenatural que me la quitara. Cada instante, deleitaba mis ojos con su sonrisa, estática y siempre perfecta, que me embriagaba hasta hacerme perder los sentidos. Sumergiéndome en una desesperación psicótica por tenerla a mi lado, hecha carne, huesos y sangre... Cada día, antes de ser arropado por los lánguidos y cálidos brazos de Morfeo, en donde paseaba a su lado por valles de rosas y amapolas, extendía mi mano inútilmente hacia ella, para que me acompañara entre mis sábanas donde seriamos esclavos de la pasión hasta morir del placer producido por la fricción de nuestras carnes.
Cada mañana, al abrir los ojos, la primera luz que veía era la emanada por su rostro. Me llenaba de regocijo y hacía que ese día fuera el más feliz de mi vida, aunque me atormentara con la idea de encontrar la forma de estar carnalmente a su lado.
Por ella recorrí los caminos de la magia y la alquimia en busca de una fórmula o conjuro que me permitiera tenerla a mi lado. Llegué a hablar con Hermes Trismegisto para pedirle la sabiduría dada por Tot y así poder arrancarla de lo inerte, pero se me fue negado, “Una misma materia no puede ocupar el mismo espacio, busca a la original” me dijo con una voz suave antes de perderse en la inmensidad del vacío infinito. Al llegar al final del camino de esta ruta, decidí tomar otra de las tantas bifurcaciones que tiene la vida, para encontrar la forma de tenerla y poder oler su piel, acariciar su cabello, sentir sus labios sobre los míos y sus manos recorrer mi cuerpo. Aunque sabía que Trismegisto tenía razón, ¿qué seguridad tendría que la original me quisiera, me miraría como lo hace la copia y me sonreiría siempre? Ninguna. Así que debía seguir mi camino de búsqueda.  
Pasado un tiempo, después de leer muchos libros de ocultismo encontré un tema que hablaba sobre el pacto demoniaco (el intercambio de tu alma por algo preciado) y fue cuando invoque al mismísimo Lucifer, una daga consagrada con la sangre de un sacerdote, la pureza de un ángel sin alas y el deseo más ferviente por parte de mí, fueron necesarios para traerlo. Ante su presencia, devorado por los horrores que se sienten al estar a su lado, saqué fuerzas, impulsado por el rostro de mi amada, para ofertarle mi alma a cambio de tenerla junto a mí, pero solo conseguí burlas de parte de él, “pobre mortal, ¿acaso estás loco?  No ves que tu mundo está lleno de criaturas reales y… ¿crees que tú alma vale algo frente a lo que me pides?” me dijo entre carcajadas.
 A pesar de todo, no desisto en mi afán de conseguirla y aun guardo la esperanza de algún día poder extraer de esa imagen, tomada hace mucho tiempo de un catalogo de fragancias, la figura de esa mujer esbelta, alta, de ojos celeste y tez blanca, de una belleza que riñe con la de Helena y enloquece a Alcestes hija de Pelias. Hasta ese día, solo me complaceré viendo su imagen plasmada en el papel, sin dejar de extender mi mano hacia ella, con el anhelo de que atienda a mi llamado.

Datos Autor
Nombre y apellidos: Libardo Caraballo Blanco

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