miércoles, 2 de noviembre de 2011

TODO SERÁ MEJOR


TODO SERÁ MEJOR

Carolina era una linda niña de ojos y cabello negros, de piel blanca y unos hermosos labios rojos. Apenas había cumplido los 15 años y cursaba noveno grado. Era una excelente estudiante. En los últimos días, sus compañeros se habían dado cuenta de que Carolina ya no era la misma de antes. Nadie se explicaba el motivo de sus terribles ojeras y sus bostezos constantes. Sus amigos del colegio ignoraban que era ella la que debía darle de comer a sus tres hermanos, pues su padre enfermo ya no tenía trabajo, sus papeles de jubilación llevaban un año perdidos y sin respuesta y no tenían dinero para su sostenimiento. La madre de Carolina había muerto dos años atrás después del parto de su cuarto hijo. Por tal razón, para solventar en algo los gastos del hogar, la niña había optado por trabajar de mesera hasta muy altas horas de la noche en un bar clandestino de la ciudad, donde además le pagaban míseramente.
Clarita, una joven dos años mayor, era la mejor amiga de Carolina y hacía poco tiempo que se había enterado de su dura realidad. – Tengo la solución a tu problema-, le dijo un día mientras hablaban en un descanso. Para todos era bien sabido que Clarita no andaba en buenos pasos, pues todo el dinero del que presumía en el colegio lo obtenía acostándose con viejos que le pagaban muy bien. –Le puedes empezar a sacar provecho a la noche -prosiguió-; conozco a muchos hombres que te podrían pagar mucho dinero.
Carolina sabía de lo que le estaba hablando su amiga. Se sintió indignada pero a la vez contempló la idea como una posible solución. “Podría ganar mucho dinero -pensó-, y además tengo algo por lo que cualquiera pagaría mucho más”. Carolina tenía algo por lo que los viejos verdes pagarían mucho dinero: su virginidad.
Con más miedo que ganas, Carolina aceptó que Clarita le consiguiera una cita con Rosa Medina, la dueña de un burdel secreto en donde iban todos los viejos verdes de la ciudad a buscar y comer carne nueva de niñas humildes que no encontraban otra salida a sus problemas económicos más que la venta de sus cuerpos aún en desarrollo. Lo dudó mil veces, pero amaba tanto a su padre y a sus hermanos, que creyó que su sacrificio tenía plena justificación. El deseo de los rancios ancianos se convertiría ahora en pan para la familia de Carolina.
A las diez de la noche y después de hacer la tarea de historia, Carolina se puso un erótico disfraz. Con mucho miedo y a tientas se fue de la mano de su mejor amiga hasta la casa de la señora Medina. Tocaron a la puerta y la empresaria de pieles la entreabrió y las miró. –Entren-, les dijo con mucho sigilo. Las niñas la siguieron por un corredor oscuro con luces rojizas hasta llegar a una puerta en cuyo dintel alumbraba una luz verde. -Esta es la habitación especial-, les dijo doña Rosa sonriendo mientras miraba la luz verde que indicaba castidad. Carolina giró para ver a su amiga y le apretó la mano. Estaba muy asustada. -Entra. En unos momentos tu pupilo estará contigo. Será una primera vez muy bien pagada-, finalizó sonriendo la desalmada Rosa Medina mientras se iba a llamar al cliente que disfrutaría de la primera vez de Carolina. Enseguida, Clarita se despidió, pues debía ir a atender a sus propios clientes.
La habitación era mediana y estaba maquillada con luces de neón. Sobre una mesa había un florero con rosas rojas y sobre el nochero un paquete de condones de colores y un frasco de lubricante sexual. A Carolina le sorprendió el gran espejo que había en el techo y se distrajo un momento mirándose en su reflejo. Una delicada lágrima rodó suavemente por su mejilla, y aunque quiso salir corriendo y huir de ese espantoso lugar, en su mente se proyectó la imagen de su pobre padre y sus pequeños hermanos que esa noche habían tenido que acostarse sin comer.
En ese momento la puerta sonó al ser abierta y una mano apagó las luces. Carolina sintió mucho miedo en medio de la oscuridad, su corazón empezó a palpitar con la rapidez de un tren en línea recta y su cuerpo temblaba sin control. Sintió que alguien con un asqueroso bigote se le acercaba y empezaba a besarla y a manosearle los senos. Carolina cerró los ojos y quiso aguantar, pero recordó que además de amar a su padre y a sus hermanos se amaba a sí misma. Honraba el recuerdo de su madre a quien también amaba con todas sus fuerzas, pues le había inculcado el valor de no rendirse jamás, y haciendo memoria de sus consejos se escabulló por debajo de los brazos tocones, se lanzó a la cama y encendió la lámpara que estaba encima del nochero. La sorpresa fue mortal: su cliente era el profe de historia.
De un salto la indignada y sorprendida Carolina estuvo fuera de la cama, abrió la puerta de un jalón y salió corriendo. En la salida del burdel se encontró con su amiga Clarita que estaba contando los billetes de su última faena y le preguntó a Carolina cómo le había ido en su quehacer, pero no obtuvo ninguna respuesta. Carolina se fue corriendo para su casa mientras se limpiaba con repugnancia la boca. Al llegar, casi ahogada por la carrera y conteniendo el llanto, su padre se abalanzó hacia ella y la abrazó. – ¡Hija, por fin, por fin! ¡Me han respondido los papeles de jubilación y en unos días se hará efectivo el pago! Por fin todo será mejor.
Carolina abrazó a su padre y no pudo contener el llanto por más tiempo. Cerró los ojos y pensó: “en realidad todo será mejor”.


JAIRO ALBERTO FUENTES FUENTES

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