miércoles, 2 de noviembre de 2011

REGAZO


REGAZO
Ángela María Hoyos Q.
En domingodó, un pueblo ubicado en las reconditeces del Chocó, habita Milagros, hermosa mujer, de negra tez, nariz chata y unos ojos negros, tan profundos como la oscura noche cuando no hay luna. Dicen que cuando uno la mira fijamente puede ver como aparecen poco a poco las estrellas en el oscuro cielo de sus ojos.
Vivió en el convento del pueblo, desde que era bebé. Las prioras se convirtieron en sus madres, la acunaron en su pecho. No conocía el mundo exterior, la tenían alejada del pecado. Al crecer cuando los juegos con muñecas ya no la hacían feliz, se entretenía mirando el vuelo de las aves, esas que podían  pasar sobre los muros de concreto que rodeaban el convento.
Una noche fría de mayo, antes de acostarse, dos golpes en la puerta le quitaron la calma, ¿Cómo iba a imaginar que conocería el amor? Era  Miguel, un hombre joven que pasaba por el pueblo y solicitaba hospedaje por una semana.
Nueve lunas después, llegaron los gemelos, nacieron una mañana al inicio del amanecer, 5:30 marcaba el reloj de la mesa de noche en el cuarto de Milagros, cuando no aguantó más, su grito despertó a medio convento, nadie sabía su secreto. Sor Asunción los trajo al mundo, primero nació Saúl y luego Matías, dice Asunción que Saúl nació con los ojos abiertos devorando ansiosamente el mundo a su alrededor parecía como si no pudiera esperar mas, Matías era calmo, tierno e inundaba de caricias  su entorno, al nacer sus pequeños dedos se agarraron de la mano de Asunción quien sintió que el cielo había mandado uno de sus ángeles. Milagros desesperada por verlos, intentó sentarse pero el dolor del parto aun no la dejaba moverse  bien, los vio a lo lejos cuando Sor Asunción los limpiaba con cuidado y los empezaba a vestir, sus pequeños cuerpecitos de piel de ébano cubiertos de franela blanca iluminaban el espacio entero. Cuando se los acercaron, Saúl la atrapo con su mirada y se dio cuenta de que le iba a faltar tiempo para aprender y Matías con su pequeña manito le acarició torpemente el seno que se había descubierto para alimentarlo, sus ojitos se cerraron como cuando por fin se encuentra la calma para soñar.

Ese día Milagros conoció el amor.

Autora: Ángela María Hoyos Quintero

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