viernes, 4 de noviembre de 2011

TODO NOS LLEGA TARDE


TODO NOS LLEGA TARDE

Nadie tiene muy claro cuando inicio su empresa, su loca desventura. Algunos dicen que fue casi desde el inicio del mundo, otros, que cuando apareció sobre la tierra el temor a la soledad; lo único claro, para todos, es por qué lo hizo. Desde entonces, lo vieron recorrer inmensos desiertos de indiferencia e incluso, atravesar espesas selvas de melancolía.

Dicen que muy lejos de aquí, lo vieron escalar las montañas más altas del desdén, para luego descender en busca de la costa, embarcarse en navíos de ilusiones y navegar por años los siete mares del olvido; años, en que naufrago de tristeza miles de veces, a causa de las violentas tempestades de desprecio que enfrento sin vacilación.

Luego lo vieron aprendiendo, de pájaros de luz, a volar y notaron como el viento le prestó, tal vez por lastima, tal vez por cariño, unas alas hechas de libertad. Con el tiempo, tomo por costumbre emigrar, junto a las aves de la desventura, del frío invierno de la nostalgia y anidar en las puertas de los corazones rotos que le acogían sin razón alguna.

Y un día, cuando el otoño, con sus hojas grises pobló el árbol de la esperanza, decidió interrumpir, o mejor, renunciar a su absurda y tormentosa aventura. Ya no tenía más fuerzas para seguir vagando, para seguir recorriendo caminos sin principio ni final, detrás de un sueño vano, ya no le quedaban fuerzas para amar.

Entonces, valiéndose de su último aliento, casi a punto de fallecer, el “amor” cabizbajo, decidió retornar a su hogar, pero este no estaba solo, ahí estaba yo, ajada por los años, esperando con ansia infinita y demencial que volviera, para entregarle los restos de un amor maltrecho por la espera.



Edgar Fabián Lizarazo Pedraza
Piedecuesta

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