miércoles, 2 de noviembre de 2011

Sin Guantes


Sin Guantes

Un día Julio y yo decidimos quitarnos los guantes, cuando se habían acabado las clases y nos habían dejado las llaves del club de boxeo, y nos volvimos mierda- física mierda. Con los nudillos la sangre sale más rápido, en el primer golpe se te desencajan las ideas pero en el segundo te acostumbras y te vale huevo perder, el encuentro más esperado del año, mejor que Danny Williams y Mike Tyson, tin, tin tin, primer Round. Un derechazo, recuerda toda la técnica Julito, no te olvides de saltar, no te olvides de protegerte, nada de golpes de locas, porque tú y yo somos machitos; somos machitos cuando venías a las clases mirándome y sonriéndome y cuando nos encontrábamos en el rin a matarnos por unos minutos, pero siempre habíamos querido pelearnos sin tiempo, sin rounds, sin guantes, sin árbitro, mejor si era de noche, cuando el club se quedaba solo y los costales y peras oscilaban para nadie, nadie los golpeaba. Pashh, me sangra una ceja, el sudor comienza a nublarme la vista pero eso no me importa, me importaba cómo te parabas en una u otra posición, nada de golpes bajos.
Mi cuerpo se tensiona, la columna se pone rígida, pero lo suficiente para amortiguar los golpes, mi cuerpo regresa, se cubre bajo los puños vendados y cuando Julito me está golpeando el abdomen, salgo con un gancho derecho y él sale para atrás a darse con las cuerdas y luego vuelve y esto no para. A veces piensas cosas mientras te golpean, el entrenador dice que lo importante es no perder la concentración, pero de vez en cuando recuerdo a Julio cuando no llevaba ropa interior bajo la pantaloneta y le veía la verga y las güevas colgado, yo sabía que él había hecho eso para mí. El encuentro con Julio no iba a acabar pronto, estábamos sudando como caballos, como regaderas mal cerradas. Venías Julio con tus puños a reventarme la nariz, iba yo con los míos a dejarte morados en el abdomen, estaban pasando los minutos, las medias horas sin que se escuchara otra cosa que los golpes, el jadeo y nuestras pisadas sobre la lona. Te metía uno de esos ganchos que te desencajan todo el cuerpo y resuenan como si estuviéramos en una catedral; resuenan como los besos que me dabas. A veces sentía que no iba a poder más, que me iba a rendir pronto, pero notaba que Julio estaba igual que yo, con la cara reventada, cubierta de sangre, con los nudillos rojos, recordando la técnica y la respiración y aún olvidándola al lanzarme izquierdazos mortales a la cara, así decidía no vencerme, no tirar la toalla, solo seguir y seguir y seguir, y no parar nunca, hasta tenerlo en el piso al pinche Julio. Danny Williams se aleja de Tyson, salta sobre sus pies bailoteando y toma su tiempo antes de volver al encuentro, luego va a toda marcha como un cometa y le mete una zunga que Tyson no puede olvidar, Julio sonríe entre la sangre, y yo supongo que debo estar haciendo lo mismo. Sobre todo porque ya no siento mi cuerpo, porque han pasado como 3 horas y nuestros golpes ya son tontos, lentos, de sueño pesado. Los golpes resuenan allá lejos, estamos tan cerca que ya no parece que estuviéramos peleando, sino manoseándonos, con el puño cerrado, perdiendo la vista. Y sin embargo seguimos, y seguimos, y nuestro cuerpo no responde, de nuestros músculos se inyecta a nuestra sangre una cantidad desproporcionada de ácido láctico, el hígado se siente incapaz de procesar el lactato en glucosa y sentimos mareo, frío, ganas de vomitar, estamos en el límite, así es como se siente el amor que me das, ese amor que permite no rendirme. En la media noche, son tus puños de media noche Julio, vienen contigo con tu olor a sudor, con tu piel resbalosa por la sangre. Ya estamos sobre la lona, aplicando con debilidad las llaves que sabemos. Ninguno de los dos se da por vencido. Vos te paras sobre mi cuerpo y me sostienes los hombros. No eres capaz de controlar tu saliva, pendejo, me escupías y levantabas tu brazo para meterme un golpe cabrón que me llevaría a la mierda, al infierno: en ese infierno te tocan mis manos que se abren como flores, acariciando tu espalda; siento las calorías quemándose en la superficie, la comida que comiste ayer convirtiéndose en glucosa. El aire entra con dificultad a nuestros pulmones. Y ese puño que me ibas a dar se convierte en una caricia en mi cara de quien no tiene energía para más. Tyson escupe su protector bucal y comienza a rumbearse con Williams, Williams también escupe su protector bucal, ahora se pasan la lengua por entre los dientes. Tyson piensa en todos esos muchachos hermosos de piel morena que sudan en el club de boxeo, todos esos pelados hermosos que practican Muay Thai, que en las duchas se sacan las vergas erectas para masturbarse con los guantes puestos y practican carreras de quién, en el estado más deplorable del sangrado nasal, se viene primero. 
Así y todo habíamos cruzado el límite del estado físico, podíamos desmayarnos y sin embargo encontraba en tus pantalones una erección muy sexy, tu encontrabas una en los míos. Seguíamos luchando, era obvio, y seguía siendo violento. Seguíamos sangrando. Me encantas maricón de mierda, Julio, declárate perdedor ahora mismo o sufre las consecuencias. Este es el momento de la transformación, el resto de días después de este día será absurdamente distinto. Seremos otros, seremos mejores, solo porque nos reventamos, solo porque estábamos desnudos bañados en sangre, sudor y babas, y unas gotas de semen. Este es nuestro ritual. Nuestro matrimonio oficial, esta noche no nos importa nada más. Somos libres.
autor:
Luis Carlos Barragán Castro

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