miércoles, 2 de noviembre de 2011

ROMANCE VIRTUAL


ROMANCE VIRTUAL


Se enamoró perdidamente de la foto de una mujer cibernauta. Había oído en varias ocasiones que muchas personas en estado de soledad o desamor consiguieron su media naranja por este medio de reciente invención.
Antes de rayar el alba, entraba en la red  y se dedicaba a contemplar la imagen de la pretendida: los ojitos con los que siempre había soñado, entre verde trigo y verde mar; los labios de una conocida modelo británica, con el arco de cupido bien marcado; cabello rubio, largo, ondulado, debilidad heredada de su padre; el cuerpazo, para despertar la envidia de los amigos y la tiña de los enemigos; la consabida minifalda, azul cielo, color preferido de los enamorados y de los poetas.
            Sandra, la implicada, le había advertido en varias ocasiones, al inicio de la relación, que tuviera cuidado de no enamorarse antes de conocerla personalmente. Y le recalcaba: “Es muy probable que la usted ve ahí, no sea yo. Muchas colocan fotos de modelos que en nada se parecen a ellas, solamente para impresionar. Casi todo el mundo elige su mejor perfil a la hora de ponerlo en la  ventana, aprovechando el poder del maquillaje o de algún software que permita embellecer a los menos dotados por la naturaleza. ¡No sea confiado, Javier!”
            Estaba tan ilusionado con la figura de la foto que ignoraba las advertencias y, por el contrario, cada día le proyectaba más afecto. Soñaba con ella, como lo hacen los amantes de carne y hueso con su amada real; quería hacerla su esposa o, al menos, su compañera para toda la vida; y, lo que es peor, sintió celos como en los amores de verdad. No toleraba las fotos en las que Sandra aparecía acompañada de alguien, lo tomaba como una burla a su honor de hombre o una muestra descarada de infidelidad e inmediatamente le ordenaba que pusiera de nuevo la imagen de la minifalda azul.
            El amor no era mutuo, seguía un curso unilateral. Javier se enamoraba más día tras día de la imagen de Sandra, pero ésta  seguía impertérrita. La veía cada vez más joven  y hermosa, y junto a las  exaltaciónes de las cualidades intelectuales y morales que de ella le llegaban por el computador, en las horas de chateo, sin cámara Web, por supuesto, el enceguecido pretendiente armaba su mujer perfecta.
“La Webcam, le repetía Sandra, no es indispensable en una relación, especialmente al principio y, además, no permite ver con claridad si las personas tienen o no líneas de expresión que pronto se convertirán en las poco agradables arrugas, y otros defectos, lo que constituye un detalle importante para los enamorados con fines serios”.
Pero  él no desistía, convencido de que un día muy cercano tendrían la oportunidad de conocerse en persona. Se emocionaba con las expresiones cariñosas y los enternecedores gestos de los emoticones, repartiendo besos y otras caricias que mutuamente se enviaban vía computador.
            Y se fijó la  fecha del encuentro cercano. Pensaba que ya conocía  lo suficientemente a su novia virtual y había llegado el momento de visitarla personalmente y, de paso, comunicar a la familia el día de la unión formal y permanente.
Viajó a Lomagrís, la supuesta ciudad de origen de Sandra, buscó ansiosamente en la agenda el nombre de la calle y el número de la placa indicados por ella.
Como no pudo hallarlos, entró a un café internet para contactarla por e-mail. La respuesta fue certera: Cuenta cancelada, usuario inexistente.

autor: 
Pedro Nel Niño Mogollón, 

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