miércoles, 2 de noviembre de 2011

LA LLAMADA


LA LLAMADA
El recorrido lo inició a las 5 de la mañana. Lamentando adelantársele al gallo, por lo absurdo de despertar aún de noche, llego sin premura a la terminal. Inauguro el peatonal que separaba la avenida principal de la casilla que le vendería un tiquete urgente. Nadie lo usaba desde su inauguración, hacía 15 días.
Destartalado, el bus avanzó lento en medio de la urbe, esperando toparse con la ruta rural que lo haría rodar 5 horas, por una vía fácil pero desprovista de pavimento alguno.
El puesto asignado, apretado y sin posibilidad de reclinar, fue el 23. La ventanilla permitía el acceso permanente de polvo y piedras que él mismo, u otro bus de regreso, dejaba colar impidiendo el sueño, ya por la vía destapada. Aún así, la determinación era clara desde el momento en el que un sueño, casi un dejavú, le hizo tomar la decisión de un viaje imposible por la carretera, pero posible por el contenido de su aventura.
Sin embargo, el paisaje, ya en el kilómetro 35, avisaba que la vida valía la pena, y que el frío calaba el ánimo, pero calentaba las ganas: avanzaba por un páramo, que al tiempo, le permitía ser parque nacional.
La huecamente era monumental. Pero ninguna carretera telúrica haría que el destino fuera otro: ella.
La noche anterior, soñó que el teléfono repicaba sin respuesta varias veces. Hubiera querido oírlo consciente. Despierto. Así que en la madrugada, cuando creyó que ya había vivido ese momento, en otro momento, contestando una llamada, se acercó a la máquina, verificando que solo fuera un sueño: 4 llamadas perdidas. Todas de ella.
Consciente y despierto, tomó una ducha rápida, se vistió ligero, tomo su agenda, verifico la tinta en su lapicero, e inicio su día a las 5 de la mañana. Lamentando adelantársele al gallo, por lo absurdo de despertar aún de noche.
En el puesto asignado, las cosas mejoraban: el frío se hacía calor, las ganas hervían, y se veía a lo lejos las señales viales transitorias de un pueblo que recordaba de otro tiempo, y que le informaba la inminencia de su arribo. Eran casi las 11 de la mañana.
Antes de comprar el tiquete, escribió rápidamente en su agenda. Pago sin reparo, y le hablo a quien suponía, sería su compañía en la dualidad de su puesto.
5 horas, y 45 minutos después, gracias a un retén militar, el rodante artefacto mecánico, arribo a su destino. Un transporte amarillo y menos arcaico, llego a una casa de antejardín sin rosas en el sopor del mediodía. Una mano levantó el aldabón que cumplió su tarea tres veces seguidas. Una mujer (ella), atendió el llamado.
Un extraño, más bien delgado, canoso y ruborizado, le saludo con la certeza de encontrarse frente a quien esperaba, abriera la puerta. En efecto.
La mano temblorosa, saco del bolsillo lateral derecho de la chaqueta, un papel que ella de inmediato reconoció como el de una agenda que habría de seleccionar en otro tiempo para un aniversario. El se apresuro a decirle que antes de recibir la nota en la terminal de donde partió, alguien, que ella también reconoció, habría descrito a una mujer bella, de cabello abundante y ojos soñadores, que atendería la puerta. Se identificó como la compañía solitaria en la dualidad de su puesto, de una nota que viajo en su propia silla, con la indicación expresa de llegar a las manos de quien ahora, cerraba la puerta.
Se sentó frenética, acomodo su cabello en un nudo simple, y leyó en voz alta:
 “Anoche, en un sueño, tuve la sensación de no llegar, ni siquiera tarde, al llamado de un teléfono que repico cuatro veces sin respuesta. Al despertar, más por la curiosidad que realmente por hacerlo, me asomé a la contestadora, y verifiqué mi duda: 4 llamadas perdidas. En efecto, tuyas.
Culpable, por la necesidad de querer escuchar tu voz desde el silencio de tu partida, con las ganas de querer decirte que no aguanto otra luna sin el polo de tu cuerpo, con la represión de sentirme indefenso a unos cuantos kilómetros de tu decisión de querer estar sola y hallarme dormido creyendo lo que en efecto esperé despierto por tanto tiempo (tu llamada), contesto:
 Aló?”
Edwin A. Garzón Lasso / Casa Quinta del Morro. Apto. “C

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