miércoles, 2 de noviembre de 2011

Adiós a los espectros


Adiós a los espectros

Entre enormes muros susurran sus amores, quizás pensaron que los muros caerían a sus pies rendidos, y obviamente no lo hicieron, para eso necesitaban martillos, masetas  otros utensilios y finalmente ayuda extra, esos muros eran bastante altos y gruesos como para quitarlos, así que decidieron susurrar y susurrar, todos los días al aclarar se reunían, todas las tardes se reunían y todas las noches también pero los muros no les dejaron ver la luz de los horizontes que cada mañana alumbraba sus días, entonces pensaron en construir una enorme escalera que los condujera a una cima fértil que les ayudara a poblar sus deseos, estaban de acuerdo entonces iniciaron la construcción desde las arruinadas tablas que guardaban los pisos que sostenían los pasos. Habían pasado quince días desde el último que se hablaron a gritos, desde que sus ecos habían recordado que sus voces existían, ese día ambos levantaron sus respectivas escaleras, cuando vieron que estaban bien puestas iniciaron sus pasos, eran lentos como el inicio de un bolero que recuerda los abrazos donde se elevan las almas enamoradas, cada paso era el compás que abrazaba sus fríos pies olvidados de los caminos perdidos entre esos muros,  iban subiendo cinco troncos, les faltaba a cada uno treinta y seis, mientras subían los escalones, cada uno iba pensando en las cosas que les habían sucedido, él pensaba en la cantidad de puños, en la cantidad de látigos, en la cantidad de insultos, en la cantidad de horas llenas de hambres, pensaba en la soledad que soportó desde que la clausura lo cubrió en medio de ese espacio lleno de nada, y cómo a partir de esa soledad empezó a hacer uso de sus ecos para sentir las presencias de sus propios espectros, así empezó a sentir ecos de espectros ajenos: los de ella. Ella miraba cómo iba avanzando, pensaba en todos los pétalos húmedos que su corazón había arrojado a través de sus ojos, pensaba en todas las plegarias que sus labios habían besado y no habían sentido su sabor, pensaba en esos espectros sonoros que la llevaron a escucharlo. Mientras cada uno pensaba en eso, ella miró hacia abajo y sintió un vértigo, se aferró a la escalera pues era su único pilar, entonces gritó por el gran susto, él escuchó su grito y le preguntó qué pasaba, ella le dijo que sentía miedo de caer, cada vez iba más alto y el vacío la jalaba. Él empezó a tararear una canción y en medio soltaba palabras para jalarla hacia arriba, le decía:
-         Entré en el susurro de tu llanto y te veré, no le temas al vacío porque no está ahí, sube, sube, sube a la guarida de la libertad del abrazo que te espera.
Ella aferró sus manos a la madera vertical, sus pasos quisieron tocar los trozos horizontales  y cada vez iba más alto, sólo le faltaban tres escalones, entonces sintió que su estómago se revelaba y sus piernas fueron atacadas con el temblor del frío miedo y se quedó ahí, él subió muy rápido porque ya sentía el final, entonces llegó arriba y se asomó, ahí la vio aferrada, sintió que la oscuridad se fundía con la luz y sonrió, la llamó, pero ella no quería subir su mirada, sus ojos estaban conociendo el vacío que tanto tiempo la había sumido, estaba petrificada ante la altura y no pronunciaba palabra, él la animaba a subir, si hubiese sido posible hubiera extendido sus brazos y la hubiera jalado al instante pero no debía hacerlo pues la travesía era para cada uno la misma condición para alcanzar la libertad; si uno de ellos tocaba al otro y lo jalaba a la cima el muro se derrumbaría y ellos quedarían atrapados sin derecho al  rumor de sus pálpitos, ella lloraba, entonces él empezó a decir:
-         Deja correr el río que suena en tu cuerpo, no lo traigas a la cima donde los ríos son verdaderos, porque nos bañaremos en ellos y cada día veremos la luz, abre tus ojos, mira la oscuridad de abajo, mírala y dile de una vez adiós…
Ella derribó los miedos, soltó los retazos de unos recuerdos que la habían acompañado durante esos tiempos, soltó un grito y subió su mirada, entonces se encontraron entre la mínima distancia, ella lo miró y subió los dos escalones que faltaban, cuando estuvo arriba, tocó con sus negras manos el último ladrillo del muro así como lo había hecho él. Ambos rieron, ahora les esperaba el estrecho camino del muro pero desde ese punto caminarían juntos…

Datos:
Diana Emilce Zamudio Cadena

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