jueves, 3 de noviembre de 2011

RETRATO HECHO POR UNA MOSCA


RETRATO HECHO POR UNA MOSCA

El hombre aún no entendía lo que le pasaba, estaba confundido por la forma en la que había despertado.  Para su sorpresa, se había trasformado en una insignificante mosca. Sus patas se apuntalaban en la suave almohada que en pasadas noches había servido como soporte de su cabeza. Entonces el deseo de mover una de éstas imperó por sobre todas las demás acciones, sin embargo la extremidad se resistió a cualquier pensamiento de movimiento. Trascurrieron alrededor de cinco minutos antes de que su mente y su nuevo cuerpo se conectaran y comenzaran a funcionar de manera sistemática.
No se angustió tanto por lo que le sucedía en aquellos instantes, al contrario,  se sintió atraído por su nueva condición. Con una curiosidad casi embriagadora decidió experimentar el funcionamiento de sus membranosas alas. Comenzó a batirlas, rompiendo así el aire con cada aleteo. De la nada alzó vuelo y desde las alturas pudo presenciar el horizonte perenne que era ahora su cuarto.
Mientras lo recorría pensaba en lo pequeño que antes le parecía este sitio y lo enorme que era desde la perspectiva de una mosca. De repente divisó a unos cuantos metros, que para él fueron kilómetros, dos montañas blancas que se erguían de manera pomposa en el paisaje. Optó por acercarse un poco más a ellas con el fin de descubrir que secretos se ocultaban tras su contorno. Cuando por fin pudo franquearlas, a unos cuantos centímetros de donde yacían éstas, presenció el rostro de su amante. En los tres años que había convivido con ella nunca se percató de la potencial belleza que tenía la mujer hasta que la observó desde el  cielo. De repente le advino la idea de posarse sobre los ruborosos labios de su amada. Allí instalado probó el sabor dulce de aquella superficie. Después de degustarla y comprobar su suavidad recordó las montañas que se habían cruzado en su camino hacia ya un rato. Se inclinó por irlas a inspeccionar detalladamente. Cuando llegó a éstas, se posó sobre uno de los nevados que terminaban en punta. No obstante, no quiso dejar en el recuerdo el rostro de la dama y para refrescar su imagen en la memoria se dio vuelta con el objetivo de contemplarlo una vez más. Al hacer tal movimiento se apercibió que el rostro y aquel gélido nevado eran extensiones del mismo cuerpo. Una mórbida felicidad embargó por completo su ánimo. Sin darse cuenta sus patas estaban rozando uno de los tesoros más ambicionados por él y por otros hombres. Dio unos pasos hacia adelante para acampar indeterminadamente en el pico de la montaña. Cuando arribó allí percibió una inmensa llanura que en el fondo sufría de la ruptura de su calma por una selva de juncos a medio cortar. Imaginó lo que posiblemente era y se dejo dominar por una viva excitación de hombre apasionado. No quiso esperar a llegar a aquel paraje conducido por sus patas, batió un par de veces las alas e inició la travesía hacia su deseado destino. Después de unos cuantos segundos llegó al lugar donde en verdad iniciaba su expedición. Era una selva húmeda que en el fondo atesoraba el esplendor de un lago. En la mitad de éste sobresalía una minúscula isla, que aún era pequeña para el insignificante tamaño de una mosquita. Se trasladó hasta aquel lugar con la resolución de un tiburón que divisa su alimento en un cardumen de peces. Cuando sus patas se anclaron en la superficie de la isla una inefable inclinación le dictó que llevara sus extremidades delanteras camino a su Probóscide. Al hacerlo sintió su lengua pesada por la acción de la sal, como si se hubiese bebido toda el agua del mar. Cansado por la agitación sufrida a causa de las numerosas sorpresas encontradas en su recorrido se resolvió a reposar e invitó al sueño a que lo acompañara en aquel lugar.
Fue suficiente dejar pasar unos minutos para que sus energías se restablecieran del todo, el metabolismo de una mosca es mucho más básico que el del humano. El insecto se despertó decidido a iniciar una nueva aventura. De repente evocó en su mente el hecho de que no había ingerido alimento alguno desde que se había adueñado de su nueva apariencia y optó por ir a buscar un poco de comida. Ya en los aires quedo estupefacto al ver más moscas rondando el cuerpo de su amada. Los celos hicieron presencia en su interior al observar la menara en que éstas manoseaban lujuriosamente el dorso desnudo de la mujer. Se acercó un poco más para tener un mejor panorama de la situación. Para entonces comprendió lo que sucedía en su cama, su mujer, su amante, su anhelo amoroso era un cadáver, un cadáver que se descomponía lentamente…

FIN

STEVENS BISLIK RODRIGUEZ

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