miércoles, 2 de noviembre de 2011

Próxima estación: final del trayecto


Próxima estación: final del trayecto

Si me vieras ahora, a solas y esperándote; si me vieras de lejos aguardando una señal tuya, consultando el reloj cada tanto, con la mirada perdida, seguro que te enamorarías de mí. ¿Por qué no? Imagíname: las manos cruzadas sobre las piernas, fingiendo interés en cualquier cosa para que el tiempo pase deprisa, con una rosa marchita sobre la solapa. ¿Acaso no te enamorarías de un hombre como yo? Tal vez ése es el problema: demostrar tanto interés. Es decir, la gente que siempre está dispuesta, que pone la otra mejilla, tiene algo de desagradable, un no sé qué que desanima.
Pero me gustaría que me vieras ahora, de lejos, sin que yo me percate de tu presencia, que miraras cómo te espero, cómo se extravía mi mirada entre la gente, cómo camino de aquí para allá sin saber por qué te demoras tanto. Como cuando que te acompañé a la estación de aquel pueblo húngaro, hace tan solo unos días, tal vez la vida entera, y la gente se fue y de pronto quedamos tú y yo solos, uno junto al otro. Esperabas la llegada del tren, dándome la espalda, y cruzaste las manos sobre tu gabán mientras golpeabas el piso con los tacones.
El tren llegó, ya era hora de despedirnos. Supongo que prometimos cosas, no lo sé. Yo estaba pendiente de ti y tú de la hora. Aún era temprano, pero ya era de noche en tu corazón. No querías que te acompañara; incluso me pediste que te olvidara. Y desde entonces no has regresado, hace tan solo unos días, tal vez la vida entera.
En la mirada de todas las mujeres hermosas siempre está escrita la palabra adiós, pero yo no supe leer tu despedida.
Si me vieras ahora, a solas y esperándote, escondiéndome del guardia de la estación que quiere sacarme a patadas de aquí; si supieras que llevo días durmiendo en la banqueta de los pasajeros, pendiente de cada tren… Si al menos te contaran que me abrigo con las hojas del diario, que acompaño al ciego que toca el acordeón y le hablo de ti, seguro que vendrías, seguro que me amarías aunque solo fuese un poco, lo suficiente para seguir de pie y salir de aquí.  
Jesús Antonio Álvarez Flórez

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