miércoles, 2 de noviembre de 2011

PAISAJE EMBRUJADO


PAISAJE EMBRUJADO

Amanecía cuando el mixto bus repleto de pasajeros abandonaba la ciudad Blanca y   estrepitosamente trataba de abrirse paso por entre el serpentino camino que desafiaba el nudo del macizo colombiano. Luego de cruzar sus céntricas calles, Roisa y La Sirena quedaron anclados en medio de las estribaciones y encumbradas formaciones de los Andes Caucanos, mientras el ruidoso motor seguía escupiendo gases de diversos matices para superar la endemoniada geografía andina.
Pasaron varias horas de viaje antes que el pesado bus detuviera la marcha frente al florido parque de la Vega vigilado celosamente desde lo alto de la montaña por un nutrido grupo de hombres camuflados. Sus ocupantes cansados del penoso recorrido, olvidaron un momento las incesantes sacudidas de la trocha y empezaron a sacudir con un afán inusitado el amarillento polvo hacinado como arte de magia entre la ropa.
Desde el Valle de las Papas vientos helados bajaban silbando por entre longevos de pinos hasta formar fuertes remolinos que entraban caprichosamente entre las calles y viviendas. La brisa que calaba hasta los huesos la recibieron como si fuese mensaje de bienvenida. Aunque por ninguna parte del firmamento veían vestigios del astro sol, las once de la mañana cogió a todos dentro del restaurante tomando tardíamente el desayuno para continuar la travesía por los Andes. San Sebas y Santa Teresa les guardaban más allá del páramo que en medio de espigados frailejones daba vida al rio Caquetá.
“Moti” como le decía cariñosamente Alberto, nunca imagino estar esa mañana en medio del macizo colombiano, menos que su viaje sería para quedarse. La hermosa joven no daba importancia a su atractiva belleza, por el contrario, parecía ignorarla. Sin  intención, cada vez que movía su cuerpo despertaba toda clase de miradas y susurros. Dueña de moldeadas curvas que se afianzaba en robustos y esponjados senos, dando la sensación  de incitar un alucinante coqueteo. Su rostro angelical estaba siempre adornado de una blanca y espontánea sonrisa.
Alberto en cambio, lucía mucho mayor que ella, pero no perdía su actitud jovial y aventurera. Esbozaba una elocuente seguridad, que camuflaba en  atractivos y cariñosos modales frente al mundo femenino. Lo apodaron mono, tal vez por su blanca  piel y ojos azul intenso que cambiaba fácilmente de color dependiendo de su estado de ánimo.
     Moti amaba la naturaleza y la fauna como ninguna otra. Durante el viaje en ocasiones quedaba inmóvil avistando la inmensidad del paisaje interrumpida por cascadas de agua dulce que  brotaban del impenetrable  bosque.
Todo esto es muy hermoso amor. – Gritaba cada vez que veía algo encantador sin dejar de mirar por la ventanilla panorámica.
Así es mi querida Moti. – Respondió Alberto. –

Creo que va hacer  nuestro nido de amor. –Agregó.
 Huyyyy sí. –replicó ella con inusitado entusiasmo-
 Al atardecer el auto bus descendió por una longitudinal y empedrada calle ancestral hasta detenerse en medio de un conjunto de viviendas uniformemente pintadas con colores de  paz y esperanza. El caserío tenía una acogedora semejanza a una pequeña civilización Inca, representada también en la morfología facial que luían gallardamente sus habitantes, mezclados por el destino con sangre criolla y comunidades  indígenas.   
Todo salió como habían imaginado. Fueron acogidos  cariñosamente por sus habitantes. Allí el amor floreció tan apasionadamente, como el brillo intenso que brota en las rojizas flores de amapola nacidas silvestremente entre las faltas montañosas.
Fue un verdadero refugio de amor. La calidez, el afecto y amistad brindado por el apacible pueblo Yanacona,  atrapó para siempre la pareja.
Ahí permanecieron,  hasta cuando una mañana “Moti” desapareció sin dejar huella.
El pequeño Adriano dio la primera señal y acudió donde el Alcalde.
 -Yo la vi caminando en dirección de Almaguer. –Exclamó Adriano con anuncio de importancia –
 El adolescente era la única persona que había visto por última vez a Moti y por eso se unió en su búsqueda.
 Había tenido una desavenencia con su amado, quiso jugar una broma y penetró en las entrañas de un extenso territorio indígena completamente desconocido para ella. Sin intención maligna se perdió en la exuberante cordillera.
Se inició una incesante búsqueda por todo el macizo colombiano, sin embargo, el esfuerzo de prolongadas caminatas resultó infructuoso. Moti no quiso dejar huellas ni rastros que condujeran sus perseguidores hasta su enigmática morada.
El contacto directo con la naturaleza perturbó su débil razonamiento, a tal extremo que nunca pudo recobrar su compostura habitual, hasta su belleza fue atrapada y doblegada  por el perfumado aire de bosques y paisajes. Sobrevivía consumiendo jugosas  moras y granadillas nativas de la región.
El mono, triste y afligido, regresó a la ciudad católica  en el mismo auto bus que cubrió la ruta días antes cuando locamente enamorado  penetró en esas lejanas tierras. Conmovido en llantos y sollozos, aún rehúsa aceptar que su adorada Moti se convirtió en  una diosa de las cumbres Caucanas.   


autor:
ALFREDO CAMACHO GARCIA

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