OJOS DE MARIDO
Los ojos tristes, con algunas miradas cómplices que invitaban a escapar de la realidad, me encontraron en un parque una tarde mojada de adolescentes diálogos. Esta fue la primera de muchas en las que una a una fui coleccionando y etiquetando sus miradas; las iba pegando como estampitas en las paredes de mi alma, donde podía leer en cada rótulo frases como: “Mirada que me transmitió sensación de libertad”, “Mirada que me llenó el rostro de alegría infantil”, “Mirada que promete protegerme toda la vida”. Y así, cada una de ellas fue siendo interiorizada por el subjetivo intérprete de mi corazón.
Con el pasar de esas tardes, llegaron las calmantes miradas de protección que anhelaba mi alma y algunas suaves de poesía que le trajeron un poco de romance a mi vida. Luego, llegaron las miradas de pasión, algunas que juzgué eran de comprensión, y hasta en algunas ocasiones llegué a jurarme a mi misma que había percibido unas cuantas miradas de amor.
Los ojitos verdes, tristes, y sus miradas urgentes, penetraron mi corazón, luego mi piel y hasta mis huesos. Cuando lograron atravesar mi alma, ya podían dominarme por completo. Fue entonces cuando llegó el día del estreno de la pérdida de mi cordura, de mi voluntad y hasta de mis ganas de vivir.
Cuando los ojos tristes ya me tenían hipnotizada, surgió una mirada al comienzo desconocida, la de reproche, me asustó. Luego llegaron las primeras miradas de rencor seguidas de las de odio, estaba aterrada, y ahí, en ese momento me di cuenta, de que los ojitos tristes que amaba, solo habían estado ocultando sus verdaderas miradas, las que se habían forjado en un pasado duro y beligerante, esas frías miradas que solo sabían causar dolor.
Transcurrieron varias miradas antes de aceptar que me encontraba sometida a la crueldad de esos ojos. De forma consecutiva, en cada intento desesperado por hallar algo de equilibrio mental, me aferraba al amor que sentía, apelaba a mi lado comprensivo para buscar justificación a mi sometimiento, explicándome que los ojos tristes se esforzaban por encontrar de nuevo sus miradas de libertad y alegría infantil, pero que no era su culpa si no la de otros ojos que antes les habían enseñado a mirar con rebeldía, odio y rencor.
Sentí alguna vez que los ojos me miraron con posesiva dulzura, incluso, una noche estrellada, mientras sus ojos miraban fijamente los míos, al comienzo de las miradas, recuerdo una de esas que inevitablemente terminé coleccionando y etiquetando: “Mirada de amor sincero”, pero era tarde cuando entendí, que en realidad fue una confusión causada por el reflejo de la noche en esos ojos tan verdes.
Pasaban las frías miradas, una tras otra, se clavaban cada día en mi piel temblorosa y asustada causando heridas, me torturaban. A veces intentaba convencerlos con lágrimas en mis ojos de retomar las primeras miradas, pero esos ojos tristes eran tan difíciles de enternecer, que por mas que yo me esforzara por entregar miradas tranquilizadoras y comprensivas solo recibía a cambio sus miradas mas comunes, las de reprensión y las de indiferencia.
Una tarde amarilla de esas que te ciegan los ojos, con la rutina cargando de inerte letargo cada mirada de mi vida, después de miles de miradas dolorosas, los ojos tristes me atacaron con sus siempre reclamantes y desconfiadas miradas. El ataque se produjo con tal furia, que lograron hacer sangrar las paredes de mi alma aflojando y tumbando cada estampita que en el pasado pegara con emoción cuando coleccionaba ingenua sus primeras miradas.
El sol de esa llameante y confusa tarde, y el ataque de los ojos tristes, pintó esa capa de mis ojos que le daba sometimiento a cada una de mis miradas con un barniz de rebeldía y resistencia. En ese momento no imaginaba que algo así podría transformar mis miradas de resignación en las más agudas, a punto de explotar cada vez y a demás, listas para la consecuente guerra infernal de miradas.
Una noche intolerante llegó el final de las miradas. Cansada de esa guerra tensionante, de esa constante competencia de conflictivas miradas, tuve que escapar de mis amados ojos tristes, era necesario, mi piel estaba cansada, mis ojos estaban secos.
Así son esos ojos verdes, fríos y rebeldes, sin embargo, aunque haya llegado a odiar sus miradas, las llevo incrustadas en el alma y en los ojos como un sello en la mirada. Están ahí, para formar la envoltura de acero que ahora rodea mi alma. Es lo que me recuerda que ser mujer no equivale a debilidad, pero también, que a pesar de todo, los momentos en que aún podía sentir intensamente, los viví a través de sus miradas.
Aunque sigo sin culparlo y no lo odio pues siempre ha tenido la peor parte de esta historia, vivir consigo mismo, ahora sé, que para ser feliz se debe encontrar en la vida mucho, mucho más, que tan solo unos ojos bellos.
DATOS PERSONALES
Nombre: AURA LORENA ESPINOSA VILLALOBOS.
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