Nostalgias de Ítaca
Es una gris pero serena mañana de un extraño verano en nuestra tierra. Al clarear el día, una túnica opaca se extiende sobre el valle, luego de descender de las húmedas montañas verdes y a veces azules que envuelven a esta selva de concreto. Es un amanecer casi otoñal, una alborada enamorada de la lluvia y el sol. Es tristeza y es amor también.
Hoy puedo imaginar la madrugada en Santa Elena cuando la bruma, aún tierna, aún niña, teje sus hilos de soledad, de silencio y meditación. Allí, en esas alturas, germinan estos pensamientos, estos sueños anhelados: mis ilusiones de volver a ver el sol de tus ojos, iluminándome en cada amanecer.
Perdóname por no olvidarte, perdóname por seguirte amando intensamente. Perdóname por seguir recordando la primera noche que dormiste en mi lecho, cuidé tu cuerpo tanto como tu alma. Temía lastimarte, mientras deseaba poseer tu piel…arder en la pasión de tus entrañas. Fui un caballero medieval en la sordidez de mi pasión. Esa noche dormiste bajo mi escudo, no quise blandir la espada.
Perdóname por recordar la cadencia de tu cintura al ritmo de la música; hacías parecer celestial el canto mundano de los rockeros. Perdóname por recordar tu sonrisa angelical, tu sazón inexperta…tus besos sabor de miel. Perdóname por no olvidar tus besos, tus mensajes, hace ya muchos años; tus abrazos, tus sueños pueriles y nuestras fantasías...¡qué locuras pensábamos, entonces!.
Perdóname por recordar las caminatas, las escalinatas de los cinco pisos para llegar a tus Balcones de Galilea… ¡qué altos eran!; las cucharitas para dormir, el tigre que nos abrigaba, nuestros paseos por Central Park, por Varadero, por la bella Cartagena, ¡ah! y por Sabaneta,…la de tus raíces.
Tendría que pedirte perdón por muchas más cosas, por mis faltas, por mis errores, por no haberte enamorado más. Pero no lo voy a hacer. Permíteme no verte más, desear no saber de tu existencia, anhelar que tu lecho de muerte llegue lejos de mi paraje. Déjame soñar con que nadie sabe nada de ti, con que estás tan lejos que, tal vez, nunca has existido; que has sido una quimera, un oasis o simplemente un sueño.
Hoy, quisiera decirte que no siempre te he amado, que hace mucho me fascinas y desde hace menos te aprecio como el dulce ser humano que escondes en tus silencios. Pero, desde hace algunas lunas, te has convertido en la flama que ilumina mis atardeceres, que calienta las frías mañanas del oriente, que quema mis ansiedades y dolores. Hace algunos atardeceres estoy respirando por tus pulmones, viendo por tus ojos, jadeando por tu piel, bebiendo de tus labios, amando por tu corazón, viviendo por tu espíritu.
Y ha sido algo bello. A pesar de lo irreal, a pesar de ser simple ilusión, ha sido como un elixir de ambrosía en el Olimpo de mis ambiciones. Has sido un faro en la inmensidad del mar de los sentimientos… eres el Gólgota al final del Vía crucis.
Pero debo despertar. Este despertar repentino me ha sorprendido, no asimilo aún todo el entorno agobiante. Hoy he llorado, gotas de rocío salieron de mis ojos, algo que no conocía desde el invierno en que mi padre partió por última vez. Te mereces esas lágrimas y muchas más. Gracias por la alegría, por la ilusión y por cada minuto que viví al lado tuyo…
…Qué un lindo claro de sol ilumine el bosque de tus ilusiones, mientras yo sigo navegando en el mar de la incertidumbre.
1 comentario:
Verso en prosa, mitología y realidad.
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