jueves, 3 de noviembre de 2011

LUNATICO


LUNATICO


Un círculo de plata ahorcado en un cielo negro y espumoso cubría como un velo de tristeza el cuerpo desangrado del suicida.
La naturaleza habla en un monólogo de imágenes que solo algunos leen y quien fuera intérprete, sabría que el cielo quería llorar y que lloró con lágrimas fugaces que aparecieron toda la noche.
Alberto era como todos sus compañeros de clase de la carrera de literatura, sólo que tenía un secreto: desde los 15 años estaba enamorado de la luna.
Tenía 20 años y a pesar de que racionalmente era imposible  explicarse semejante ocurrencia, cuando había luna llena sus ojos y su cuerpo se llenaban de sensaciones que superaban cualquier otro goce corporal.  Esto era suficiente para que aceptara que pese a todas las miles de razones que tuviera para entender el absurdo, el corazón ya había elegido.
Una tarde, después de haber leído a Bécquer se dejó cubrir por un rayo de luz que caía desde el cielo y que era filtrado por un hueco en el techo, y bañado por aquella sutil silueta de seda blanca se dedicó a las caricias y fue ahí donde se masturbó delante de varias chicas curiosas.
El  bochornoso incidente no le costó la cárcel pero si un rechazo social que con el tiempo fue peor; años después se encontró con una adolescente de 16 años con un rostro tan de luna que le enamoró, pero la chica, le corría como al mismo demonio. Como Alberto insistiera en cortejarla, el novio de la adolescente le propinó al pobre loco un par de golpes en la cara que le rompieron el pómulo izquierdo. 
Dos meses de invierno y de noches con luna escondida entre nubes oscuras hicieron que Alberto decidiera encerrarse en su habitación a olvidarse de la idiotez en la que estaba sumergido, pero a pesar de que era un problema mental, su cuerpo se negaba a responder como si se quisiera dejar morir. La insistencia de su madre lograba que medianamente se alimentara y siguiera con la tarea de dejar que la razón le hiciese vivir bajo la teoría de la evolución, donde se explicaba la forma como aparecieron los planetas después del big bang, y cómo la luna era un pedazo de materia que reflejaba la luz del sol y que estaba condenada eternamente a girar como satélite alrededor de la tierra.  Después pensó que así como aquella adolescente podría haber muchas otras que reflejaran tener algo con el astro y entonces podría enamorarse de una mujer que fuera algo luna y sonrió.  Como conocía perfectamente las faces de la luna y empezaba la creciente salió a la calle a mirar el cielo y la vio más brillante que nunca y la siguió hasta el amanecer mientras le hablaba, pero esta vez, como extraña o amiga. El invierno llenó de nubes las próximas noches.  Largas noches de 11 horas en las que Alberto logró llegar a conclusiones racionales:  supo que realmente era un estúpido por enamorarse de tal forma de algo que no era  posible, supo que lo que tenía era una soledad prehistórica que era capaz de anteponerse a cualquier conocimiento lógico de la vida y de la naturaleza,  supo que la niñez no estaba en sus recuerdos y que no sabia realmente lo que era el amor porque por algún azar o fatalidad cósmica no lo encontró nunca, y entendió su destino. 
Sus cuentas daban a que la luna había llenado, salió a la calle y la miró,  blanca, tan blanca como él estaría cuando la hoja de plata de su navaja suiza le hiciera surcos en las manos.

AUTOR:              Luis Fernando Moncada Ospina

No hay comentarios: