miércoles, 2 de noviembre de 2011

La venta de zapatos


La venta de zapatos.
Aldo Brandeschi.
Cuando el cura dijo – puede besar a la novia -, Rosario se levantó el velo con las manos, desde el inicio de la ceremonia le temblaban un poco por la emoción. Emilio ya estaba más tranquilo y había recuperado el aliento después de la carrera innecesaria hasta la iglesia. Había soñado que llegaba tarde a la ceremonia y que, aunque la iglesia estaba llena, Rosario se había ido. Se miraron y él sintió el mismo tirón en el ombligo que llevaba sintiendo cada vez que ella lo miraba así. En ese encuentro de miradas los dos parecían recordar el mismo momento: El día en que un año y medio antes, se habían empezado a enamorar y hablado por primera vez.
Emilio y Rosario se conocieron porque cada año los Ortiz le compraban a los Franco, un par de zapatos para una de sus seis hijas. Eva la mayor era la que mas zapatos tenia y, Julia la menor solo tenia dos pares. A Rosario, la tercera, no le gustaban mucho los zapatos, su pie derecho era algo mas corto que el izquierdo y el esfuerzo que hacia por caminar derecha la obligaba a apoyarse de más en el empeine. El pie había tomado con el tiempo una leve curva hacia fuera; así, casi todos los zapatos le maltrataban en el tobillo o en la planta del pie y sin falta todos cedían y se deformaban, o se les rompía el tacón, la correa, o la suela.
Rosario tenia dieciocho años cuando don Eduardo Franco fue personalmente con su hijo Emilio a ofrecerles varios pares de zapatos blancos a los Ortiz para el matrimonio de Eva que acababa de cumplir veintidós años. Eva desde que había cumplido quince y había visto a Pacho Gómez, decía que se iba a casar con él.
La futura novia escogió los zapatos y se los midió en presencia de las mujeres de la familia. Rosario y Julia llevaban puestas unas alpargatas blancas. Emilio no dejaba de mirar que Rosario tenia el pie derecho algo empinado, y se preguntaba si le servirían los dos zapatos de la misma talla. Rosario se dio cuenta, doblo un poco la rodilla izquierda y acento completamente el pie derecho. Él levanto la mirada y se encontró con unos ojos negros brillantes que lo estaban mirando, y sintió un tirón en el ombligo. Emilio se sonrojo e instintivamente empezó bajo la cabeza y comenzó a mirar la punta de sus botas cafés.
- Rosario, trae tinto pa don Eduardo y pa Emilito – dijo doña Antonia.
- Yo no doña Antonia, muchas gracias, el médico me prohibió el café – contestó don Eduardo - a estas edades ya son más las cosas prohibidas que las permitidas – dijo con una sonrisa limpia, y agregó: ¿Usted quiere mijo?
Emilio asintió, era bastante tímido para sus veintitrés años. Rosario salio de la sala, Emilio volvió a mirar como el cuerpo de la muchacha se tambaleaba un poco al dar el paso derecho. Julia se dio cuenta de la sorpresa de Emilio y se tapo una risita picara con la mano. Doña Antonia la miró con el entrecejo fruncido e inmediatamente Julia se destapó la boca y se quedo sería.
Rosario volvió con el café para Emilio, él sonrió en agradecimiento y esta vez fue ella quien se ruborizo por un instante y no pudo evitar fijarse en la forma de la boca que le sonreía.
Después de que don Eduardo anotará la compra de los Ortiz, Rosario los acompaño a los dos a la puerta; don Eduardo se despidió y salió. Antes de que Emilio pudiera decirle “hasta pronto señorita”, como era su intención, ella tomó delicadamente algo de aire y le dijo:
- ¿Nunca había visto una coja?
El la miro avergonzado, pero pensó que no podía irse sin contestarle, sin bajar la mirada y aunque el ombligo le empezaba a doler, le dijo – nunca había visto una tan bonita- y salió.

II Concurso Nacional de historias de amor.
Seudónimo: Aldo Brandeschi

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