Ceremonial
Todo inicia con el incipiente rayo de luz que abate las crestas de polvo, acelera tu respiración y quien, además, incita el susurro de pensamientos que la noche fue lanzando al naufragio de sueños. Suena, cuando todo está en su lugar, la alarma del despertador; el trepidar te trae de aquel planeta donde también duermes conmigo, en el que continuamos amándonos pero no somos nosotros (tus manos son otras y otro, quizás, es tu acento; yo soy más alto o más bajo y mi voz suena a golondrinas o a murmullo de mar enamorado). Apagas el campaneo, das media vuelta para medir la profundidad de mi sueño con tus labios y tus manos; te respondo con palabras balbuceantes, enlodadas, venidas de las catacumbas del sopor. Me besas los ojos para quitarles las telarañas y el chillido de los murciélagos. Déjame dormir otro poquito, te pido entre pucheros de niño. Me entierras un beso en la frente o en la mejilla. Abro los ojos, me remuevo entre las cobijas para sacudir las algas o la arena (porque en mis sueños soy la sombra que te sigue en la playa o el agua que se enredan en tu sonrisa), lanzo un “Buenos Días” que se estrella contra la penumbra, te beso los labios que aún saben a humo o melancolía y me enfrento al hecho que es noviembre, que las obligaciones te esperan en la otra orilla de un desierto de hombres temerosos y muchachas que crecen entre la espuma de los gritos, que tengo parcial de Teoría de Cuerpos, que no hay dinero para sobornar la felicidad y que tampoco hay trabajo para conseguirlo. Un burbujeo taladra mi estómago (me cae pesada tanta realidad en ayunas) al tiempo que suena el agua golpeando tu cuerpo; inicio, en ese instante, el retorno a las cavernas del letargo de las que saldré cuando me arrojes la toalla o alguna almohada que la oscuridad tiró bajo la cama…
autor:
Diego Germán Niño Robles
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