jueves, 3 de noviembre de 2011

Hoy es el día


Hoy es el día  

Hoy es el día. Ella me ha citado en su casa, después de tanta insistencia de mi parte. Acelero un poco, pero no llevo tanta prisa como la que parecen tener los autos que me adelantan a mayor velocidad. Observo cada casa, cada almacén, cada farmacia, que voy dejando atrás. Los veo desde un nuevo ángulo, descubro sus detalles. Debo atravesar la ciudad para ir de mi nueva a mi anterior casa. El tráfico no está tan pesado como otros días y el día está precioso. Un poco frío, pero sin lluvia. Igual al día de la despedida, es como si estos días de separación no hubieran pasado y se tratara de un simple paréntesis.
Llegué mas pronto de lo previsto. Ella abre la puerta y se asusta de verme tan temprano. Nos damos un largo beso en la boca y me permite pasar a la sala. Me siento, mientras se aleja hacia el interior de la casa. Este sofá y esta sala han sido testigos de miles de caricias, de miles de besos, de miles de intentos fallidos. La casa está en un silencio no habitual, escucho mover algo en el interior de la casa y me acomodo bien en el sillón; en los minutos finales de la espera. Ella regresa y camina como entre nubes, me sonríe intensamente y se va quitando la blusa mientras mis manos sudan. Sus senos se ocultan pudorosos tras el brassier que estorba a mi vista. Se acerca, lenta y seductora. Es la protagonista de mi película. Quiero ver más allá de lo evidente y siento el pulso de la sangre en las sienes. Llega hasta el sofá y se inclina, toma mis brazos y hace que la rodee por su cintura. Me besa apasionadamente. Mis se llenan de valor y de sudor, pero se demoran un infinito para retirar lo que ya no hace falta. El sudor de mis manos las hacen resbalar de la dirección del auto. Las seco, rozándolas sobre mi pantalón y espero el cambio del semáforo. Dentro del auto el calor me agobia. Miro a los transeúntes y a los otros conductores y los veo frescos. Concluyo que el calor no está afuera. Sonrío.  El día está precioso: un poco frío pero sin lluvia. Aprieto el timón y siento el pulso acelerado. Abro la ventanilla mientras el semáforo cambia a verde, dándome vía libre para volver mis sueños realidad.

He llegado mas pronto de lo previsto. Ella abre la puerta y se asusta de verme tan temprano. Nos damos un largo beso en la boca y me permite pasar a la sala. Me siento mientras se aleja hacia el interior de la casa. Regresa y se acerca al sofá, no se sienta en él porque prefiere hacerlo sobre mis piernas. Rodea mi cuello con sus brazos y echa hacia atrás su negro y largo cabello. Acerca su rostro al mío, frota su nariz contra la mía, sus mejillas contra las mías y comienza a besarme en cada centímetro de mi cara y de mi cuello. Siento la sangre rebosar. Nuestros corazones, además de enamorados, están agitados. Las manos buscan recorrer cada fragmento del otro. Algo suena. Tal vez han regresado sus padres y ella salta de entre mis piernas.
Algo suena. Es la bocina del auto de atrás para indicarme que vio cambiar el semáforo una milésima de segundo antes que yo. Eso le da autorización para acosar. Aplasto el embrague, estrangulo la palanca de cambio, oprimo el acelerador con suavidad y aprieto los dientes con rabia. Media cuadra mas arriba veo, por el retrovisor, la maniobra del auto para pasarme. Le dejo espacio y lo veo acelerar y adelantarme mientras dice algo, algo que no alcanzo a escuchar pero que imagino de qué se trata: acusa a mi madre de una profesión que no ejerce, o a mí de una enfermedad que no tengo. Sigo mi ruta y entro en lugares conocidos, tantas veces recorridos. He llegado mas pronto de lo previsto y eso que conduje con precaución. Ella abre la puerta y se asusta de verme tan temprano. La abrazo, la tomo con fuerza y la hago girar hasta dar una vuelta completa. Está preciosa, parece hecha de ilusión. La miro directo a los ojos y descubro de nuevo esa sensación que me cautiva, que tiene nombre y sabor a Gloria. No me atrevo a hacer nada más que tenerla entre mis brazos. Intento una mirada y soy yo el cautivo. Comienza a acariciarme, a besarme. Hago lo mismo. La recorro sin prisa y de pronto me detengo. Me detengo, apago el automóvil, cierro la ventanilla del conductor y tomo una bocanada de aire. Bajo del auto, despacio, como quien no lleva afanes. Una bocanada de aire para tranquilizarme antes de enfrentarme a esta puerta, a esta casa tantas veces visitada, a este barrio que ya no habito. Hoy es el día. 

AUTORA:
Aymer Waldir Zuluaga Miranda

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