jueves, 3 de noviembre de 2011

SUNG LI


SUNG LI


Sung Li se llamaba, Sung Li como el suave y dulce tañido de una campana de cristal. Sung Li, extraño nombre que remueve las fibras internas de mi ser. Aún recuerdo sus labios redondos y carnosos; su cuerpo esbelto; sus ademanes esquivos, engreídos, seductores; su cabello negro, suave y brillante como el carbón mineral; sus dedos finos; sus manos suaves. Pero ante todo recuerdo sus pupilas negras, sus iris castaños, amarillos..., o mejor, pardos y brillantes; enmarcados en la forma perfecta de un ovalo oriental.

La suavidad de la melodía me llevó a aplastar su pecho contra el mío en un cadencioso valsar; quería fundirla en mí para que no se me fuera, para que se quedara conmigo por siempre. Quise acariciarla pero me rechazó castigándome con el reproche de sus ojos hechiceros. Obligué a su mejilla a acariciar la mía para sentir la fresca tibieza de su piel. Y al estar tan cerca me arrobé en su aroma, en la fragancia alucinante de su cuerpo.
Su voz de muñeca consentida hizo que naciera en mí un instinto de amor para acariciarla, consentirla; para apagar en ella el fuego herido de mi pasión; pero ella, simplemente me rechazó. A pesar de sus desaires quise esconderme en la tibieza de sus finas manos, en la frescura dulce de sus labios, en las delicadas líneas de su cuerpo. Mas contuve mis deseos, acopiando en mí todas las fuerzas de que fui capaz, pues quería que el envolvente hechizo del amor no se acabara para poder seguir soñando; no deseaba asesinar al amor, que muere con la costumbre y las caricias sin medida ni rechazo. En el fondo quería que el amor siguiera así: flotando en el aire sin ser explicitó, sin mostrarse, esquivo, inalcanzable, lleno de rechazo, colmado de desdén.
Al final del camino ella cedió, dejándome probar del dulce de sus labios. Y un poco más tarde, al encontrar la lucidez, al final de la vigilia ella quiso dormir sobre mi hombro y yo hacerlo en la belleza exótica de sus ojos de muñeca de Taiwán.
¿Qué los ojos son el espejo del alma?.... No sé si en tus ojos puedas reflejar tu alma. No sé si tu mirada esquiva refleje la belleza de tu ser; pues sólo tú sabes lo que en ella guardas. Lo que si sé, es que al mirarme en tus ojos pude sentir la magia y el encanto de algo que pudiera llamarse amor. ¿Qué el amor no existe? Parece que no, pero sí; el amor está en todas partes: en los gestos de un niño, en las manos tiernas y medicinales de una madre, en una flor cuando se abre... El amor está en la mágica mirada de tus ojos de Taiwán.

Finalmente el encanto se rompió; te escapaste de mis manos lenta, angustiosamente, y caíste al piso estrellándote con fuerza, rompiendo en mil pedazos tu delicado ser de porcelana, mi preciosa muñeca de Taiwán.

          Añoro tus besos esquivos y fugaces; extraño la delicadeza de tu cuerpo; lo negro y brillante de tu cabello oriental, y el mirar profundo de tus ojos hechiceros. Espero el momento en que vuelvas a estar contigo... Aunque sólo sea en sueños... Aunque sólo sea un sueño, mi hermosa muñeca de Taiwán...


FIN


AUTORA:    Omar González Candela

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