viernes, 4 de noviembre de 2011

Figuras de azúcar




Figuras de azúcar
I
Luego de la acostumbrada reunión de festejo y despedida anual del trabajo. De charlar sobre las múltiples anécdotas del año laboral. De reírse un poco de cada uno de sus compañeros, y de ellos mismos. De beber licor (quizás demasiado para su costumbre), un tanto ebrios los dos (casados hace ya tantos años), se despidieron de sus viejos compañeros de trabajo y se retiraron a su casa como de costumbre, a hacer lo de costumbre: él ducharse y leer en la cama la novela de turno, y ella suspirar al ver las maravillas que le pasaban a la protagonista de su telenovela preferida; pero tal vez el calor y el exceso de licor de esa noche, los saco de su rutina.
II
La mujer semidesnuda en la cocina, se acerca al refrigerador y saca whisky. Le agrega gaseosa sabor a manzana, y luego de caminar unos tres pasos en puntas de pies, meneando sensualmente sus amalgamas corporales, le acerca el vaso a él, que completamente desnudo (y pensando en que ella hace unas combinaciones extrañas) lo recibe, bebe un poco y se lo devuelve, permaneciendo en el umbral de la habitación contigua a la cocina. Ella lo toma. Bebe un sorbo. Y luego de mirarlo sensualmente, con su boca a manera de beso, le da de beber de nuevo. Estos devaneos excitan extrañamente sus cuerpos (ajados por el paso del tiempo y la costumbre de tantos años viéndose desnudos o semidesnudos luego de ducharse). Él recuerda sus primeras intensiones para con ella: meramente sexuales (ante aquel cuerpo ya no tan joven y menos voluptuoso). Ella, mientras mira a su antiguo y muy querido bello durmiente despertar de su hibernación (imagen anhelada desde hace varios años) se excita aun más. Ambos se sienten extraños ante el fragor de sus cuerpos (pero se dejan llevar) y terminan en la mesa del comedor, destrozando una vieja figura de azúcar, cuidada celosamente por ellos durante muchos años (viejo cenit del pastel de bodas). Al colocar sus cuerpos en horizontalidades ya olvidadas (aparentemente) e improvisadas en ese instante febril: los fluidos y jadeos aumentan, y en una carnosidad fugaz y escalonada pronto se acaban. No importa a ninguno de los dos lo breve del instante, ni la vieja figura elegantemente vestida, que en pedazos parece sonreír. Los cuerpos, al igual que los pedazos de azúcar, yacen en el suelo. Ella toma parte del novio vestido de negro y mirándolo le dice a él: tenemos mucho tiempo pareciéndonos a esto: pero sin azúcar. Él responde: que bien que se rompió –sonríe y prosigue- debemos comprar más whisky y una figura nueva (esta vez de porcelana), pues el azúcar va por nuestra cuenta. Ella sonríe mientras lo observa callada y expectante. Él vuelve a sonreír guiñándole el ojo, y sensualmente aúna: podrían ser dos cuerpos desnudos y sin limitaciones sexuales, sin ningún papel que diga casados o muertos eróticamente. (Mientras él habla, ella observa detenidamente la figura fragmentada en el suelo y en su mano, y alzando la mirada le propone eróticamente): Sobre todo más licor; mientras cantando “bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez, bésame, bésame mucho, que tengo miedo el perderte el perderte después” se levanta, caminando sinuosamente y sirve en dos vasos de cristal, whisky con hielo, con mucho hielo. Él, acompaña la canción con un leve tarareo y, también se levanta, deteniéndose nuevamente en el umbral de la habitación contigua a la cocina, a observar el contoneo de las nalgas de su “ahora gordita”, fascinado. Ella vira y le lanza un beso al aire que él toma con su mano, se acerca a pasos lentos y sensuales (como hace muchos años no lo hacía), y lanza al aire los vasos llenos de licor (que dan vueltas mientras ella lo abraza y observa fascinada el ímpetu fálico persistente, enredándose nuevamente los cuerpos, ahora en la cama). Los vasos caen, rompiéndose en el suelo, y el whisky embelesa a los de azúcar, que horizontales, también se embriagan con el reguero de licor; y parecen perder su seriedad mientras se desvanecen: quedando marcada en el suelo, solo una sonrisa de azúcar; y en el aire, un leve jadeo, que los vecinos escuchan atentos, extrañados, y envidiosos.


Jhairan Antonio López García
Cucuta.

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