ENTRE EL AMOR Y OTROS MALES
Estela observaba la lluvia resbalando por la ventana, se sumergía en la oscuridad de aquellas nubes que se dejaban cegar por las enormes gotas de lluvia emergentes de aquel aguacero. ¡Qué ampulosa es la naturaleza! Tan perfecta pero tan inexacta a la vez. ¿Qué se sentirá bañarse bajo la lluvia aunque sea por una vez en la vida? Sentir la fría lluvia bajo su piel muerta y entumecida, bajo su cabeza calva a causa de tantas interminables sesiones de quimioterapia _una única vez….no! no quería volver a convulsionar pero quizás esa sería la única oportunidad de sentirse verdaderamente libre, desesposada de esa terrible enfermedad que la aquejaba desde su nacimiento o por lo menos desde que podía recordarlo. Nunca fue una mujer sana, desde niña ansió jugar como los otros niños pero era imprudente que una niña tan enfermiza se bañara en un torrencial aguacero, más bien debía tomar sus medicinas y evitar un resfriado para no tener más recaídas.
Estela miraba distraídamente a una pareja se besaron intensamente y se abrazaron sin importar que la ropa se mojara o que el mundo se estrellara, dejando de lado lo terrenal, para ellos hueco y superfluo. Entonces pensó en él, hace cuatro minutos miraba la lluvia sin dibujar aquel rostro, sin ver su imagen en aquella ventana sin verlo cruzar el umbral tan deprisa como solía hacerlo siempre, sin ver aquellos ojazos negros de mirada preocupada, ya no tan brillantes como diez años atrás, pero igual de cautivadores y tal vez con más fuego e intensidad, ese cabello azabache que asomaba algunas canas ,esa sonrisa reluciente capaz de iluminar todo lo que este a su alrededor, con algunas casi invisibles líneas de expresión que esos treinta y tantos no parecían notar pero que a Estela le ponían la piel de gallina. Gerónimo once años mayor pero el tiempo no los trataba con la misma crueldad mientras él era el doctor ballestas, su casi hermano, guapo, culto galán y educado. Ella con veintidós años cada día estaba más marchita, más pálida, mas enferma y frágil. Para Gerónimo Estela era su hermanita, de hecho era su hermana de crianza a la cual debía proteger, no tenía idea que el insomnio, más que por la interminable fiebre de la leucemia era por pensar en el.
Estela era la hija menor de don Humberto un poderoso comerciante del pueblo el paraíso quien tomo en adopción al pequeño Gerónimo a los seis años luego del fallecimiento de su padre. Gerónimo era hijo ilegitimo de don Luis Cardozo y a petición suya como última voluntad este prometió en su lecho de muerte brindarle su apellido y hacer de él un hombre de bien. Gerónimo fue la cabeza visible de los negocios de su padre, sin embargo Don Luis le dejó una pequeña fortuna que pensaba invertir construyendo un gran hospital para el pueblo. A los dieciocho años el joven decidió ir a la capital a estudiar medicina. Desde niños entre la pequeña Estela y él nació una fuerte unión y complicidad. Gerónimo siempre quiso investigar acerca de esa extraña enfermedad con el anhelo de encontrar una cura. Gerónimo y estela se escribían diariamente y ella esperaba ansiosa sus cartas y mucho mas el día en el que pudiera volverlo a ver. Luego de nueve años terminando sus estudios de oncología en el extranjero le anuncio en una de sus cartas que volvería. Por fin ese día tan anhelado había llegado, nueve años de espera. Para ella nunca existió enfermedad con todo lo que ello implicaba, ni distancia lo suficiente mente lejana para hacerla olvidar o dejar de esperar.
Estela se veía radiante y feliz, la gente no podía creer al verla caminar y sonreír. Soltó su cabello negro que había vuelto a crecer hasta los hombros esperando a Gerónimo, y compro un bellísimo vestido azul. Lucia hermosa a pesar de su delgadez y su falta de peso. Tenía diecisiete años ese 20 de febrero en plenas fiestas de san Antonio, muy pocas veces había visto la plaza del pueblo, sus callejones atiborrados de gente, sus faroles, sus calles adoquinadas, su cálida brisa. Regreso casi corriendo a casa cuando por fin lo vio llegar, reconoció de inmediato esa sonrisa, esa mirada, su corazón le dio un vuelco., le latía con mucha más fuerza de los que podía soportar. Valla que había pasado el tiempo, Gerónimo tenía veintisiete años.
Se bajaba del auto apartando un mechón de cabello de su frente para ayudar a bajar del auto a la mujer del asiento delantero… ¡Una mujer! el mundo se paralizó entonces se percato del anillo que resplandecía en su mano y en la mano de la joven rubia que sonreía de oreja a oreja_ se había casado, un inmenso dolor le embargo el pecho, le temblaban las manos, las piernas y se sintió desfallecer, la oscuridad y la desilusión regresaron. Solo se vio nuevamente en esa habitación acostada en esa habitual cama ¿cuantos días pasaron? Dos, tres, cuatro ¿a quién le importaba? Ya estaba acostumbrada a ese infierno, ya no existía ningún aliento ¿Para qué vivir? ¿Acaso es la muerte una desdicha? o es un tranquilo descanso mejor que esta vida sin vida.
Siempre quiso saber que se sentirá besar sus labios, sentir su cuerpo contra el suyo. Sería más que conocer el cielo, más que un deseo del cuerpo es una exigencia del espíritu, un elixir que necesitaba para curar cualquier mal. Con veintiún años la vida apenas comienza para algunos, para Estela el cáncer estaba en fase terminal. Cada día es como un año, los minutos son como sal en la herida. Es vivir una eterna agonía, es pensar en Gerónimo cada segundo más que en su propia desafortunada existencia. La lluvia seguía golpeando el enorme ventanal, cuando la dificultad para respirar y un ligero entumecimiento le hizo cambiar de posición para acostarse nuevamente en la cama y conectar el respirador artificial, intentando por enésima vez en esa tarde lluviosa forzar el sueño ._es más fácil curar este cáncer en fase terminal que la herida abierta de mi amor por Gerónimo. Definitivamente el amor es el peor y más cruel de todos los males.
autor:
Keryl Brodmeier Perez
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