Sueño
Ellos eran una ocurrencia más de la vida, un capricho del amor porque si aquel día ella hubiera doblado la esquina tal vez jamás se hubieran conocido. Se detuvo a tomar el mismo autobús en el que iba él; esa fue la sorpresa inexplicable, el déjà vu cuando al mirarse por primera vez se percibieron íntimos, abstraídos y únicos en el tiempo y el espacio inmediato. El paradigma de la existencia bifurcado por millones de años, a lo largo de múltiples geografías, los confrontaba en ese momento en dos gamas combinables, compatibles como la leche al chocolate, como la luna al firmamento. No sucedió más nada en el resto del recorrido, hasta varios meses después.
Él que amaba tanto su sangre y sus raíces soneras, esta vez sentía miedo por lo que le sucedía con ella, porque volvió a verla sentada en el parque central. Ella parecía distraída sin tan siquiera notar su presencia, pero en cuanto él se acercó con una confianza innata lo reconoció. Entonces el tema sonó:
Yo quiero esconderme nena debajo de tu saya para huir del mundo…
…y ven a curar tu negro que llegó borracho de la bohemia…
Y él supo que tenía que invitarla a bailar, le acarició el pelo ondulado en los hombros y le rodeó con sus manos grandes la cintura; en eso, sus perfumes se combinaron perfectamente como sus colores y la melodía armonizó sus cuerpos en completa sincronía. En pleno parque toda la gente los miraba con rareza y algunos hasta escandalizados.
La más inspirada de las canciones, que describía con menudo detalle sus condiciones, el sueño idealizado, el clímax del amor correspondido. Se hallaron anecdóticos como si se conocieran desde hacía mucho, y sin explicación alguna de esa extraña sensación, se dejaron llevar sin más.
La bailaron tan intensamente suave que pareció eterna, sentida en las entrañas, apasionada y sensual en las miradas. Tan sólo se miraban muy fijamente como en trance el uno del otro, hurgando cadenciosamente en el alma de cada uno. Una noche como esas, única como esas, parecía durar un idilio original sobreviviendo al silencio, a la soledad de las palabras y triunfando sobre la mezquindad del tiempo, para ser simplemente libres.
Ella, con una mano le acariciaba la cara y con la otra le hacía lo mismo en sus rizos frondosos y entonces el beso no se hizo esperar más, largo y dulce porque embriagados era lo que estaban de un sentimiento sublimado hecho poesía. Y de pronto se reían extasiados celebrando su propia verdad, la de los oídos sordos y los corazones apasionados; los suyos.
Nombre autora: Julie Manuela Mena Ortega
No hay comentarios:
Publicar un comentario