jueves, 3 de noviembre de 2011

El Laberinto Rojo


El Laberinto Rojo

Esta  historia se me ocurre contarla pues llega a mí su recuerdo de manera cautivante y fulminante. Se trata de la historia de un viejo laberinto situado en este mundo, más exactamente al norte de somewhere. Se solían narrar diversas leyendas acerca de éste, las cuales pueden resumirse básicamente en tres: la primera, que como cualquier dédalo, había sido creado para poner a prueba a los hombres más corajudos, letrados, jóvenes y no tanto, de la época, sin embargo cualquiera podía intentarlo. De muchos lugares arribaron al encuentro con el duelo, hombres de todos los confines extremos y aledaños, todos con un colectivo y único objetivo. El fin de este laberinto se fundaba en llegar a un punto central interno desde un punto de partida único externo, sin importar el tiempo de duración o la manera de hacerlo. De seguro asistieron los mejores hombres de la época, aquellos que no temieron ni vacilaron en el encuentro con lo desconocido. Durante este tiempo, diversos personajes que asintieron al llamado, procuraron demostrarse capaces de alcanzar dicho objetivo. Se aseveró durante muchos años que ningún mortal logró alcanzar la meta propuesta, pues aunque muchos lo intentaron, ninguno de ellos obtuvo éxito alguno. No obstante y como dato curioso, aquellos que se apresuraron a la aventura consiguieron siempre volver al  mismo punto de partida (ni siquiera eran merecedores de perderse en el laberinto). Es claro que para éste laberinto no servía ningún  tipo de ovillo.

La segunda historia refería a la extensión del laberinto. Algunos decían que era tal su dimensión que para recorrer el perímetro era necesaria una travesía de días enteros, de meses o hasta de años. Otros decían que el laberinto era tan pequeño que la medida de su longitud no superaba unos pocos centímetros de distancia. Que como si fuera una película de Buñuel o una paradoja de Zenón, la gente no comprendía cómo resolver el acertijo, llanamente incomprensible.

La tercera y última historia, decía que el secreto del laberinto se encontraba oculto dentro de una flor roja. Muchos creyeron que la peculiaridad de la flor residía en la forma y la yuxtaposición de sus pétalos que trazaban un mapa a escala reducida de los trechos que conducían al centro del laberinto. Incrédulos algunos de las cosas a las cuales no les es posible dar una explicación racional; vacilaban respecto a aquella idea del secreto en la flor. Otros desertaron de la idea de jugársela en el laberinto para dedicarse específicamente a la búsqueda de la tan apetecida, tanto como el mismo dédalo, y misteriosa flor.
Después de un número abultado de intentos fallidos de todas y por todas las partes, sumado a una determinada mas no recordada cantidad de años, el laberinto pasó al olvido, convirtiéndose en un simple mito. Luego de muchas generaciones, la gente no recordaba el sitio o la ubicación exacta del supuesto laberinto. Como consecuencia a esto, se concluyó que nunca existió. Los más ancianos y conectados con las fábulas del pasado llegaron a contar que aquel laberinto no era más que el corazón de una mujer de gran belleza que existió en algún momento, y que era anhelada por los hombres debido a su hermosura, digna de todas alabanzas y cantos.
De ella se solían contarse diversas historias, las cuales se pueden resumir igualmente en tres: primera, que un laberinto, como decían, era el corazón de aquella, la más bella. La segunda, que llegaron los hombres más valientes y corajudos, inteligentes y versados de la época, todos, intentando conquistar aquel corazón tan apreciado y apetecido como al más grande de los tesoros. Se cuenta igualmente que ninguno de estos hombres logró conquistar su corazón, y que en verdad ninguno de ellos fue siquiera digno de perderse en él. Muchos aparecieron con vestidos y joyas, pulseras de oro y de diamante, con títulos regados a través de los continentes y los mares del mundo, pero nada de eso les sirvió
La tercera historia, y tal vez la más dotada de hermosura y sencillez, cuenta que tales fueron los designios de aquella mujer, tan magnos como su belleza misma, que ocultaban en lo más pequeño lo más grande, pues no eran necesarios títulos en el este del este o del oeste, ni más arriba del norte ni más abajo del sur; tampoco eran necesarios artículos fastuosos de gran valor material, que lo único que quería aquella mujer y que a ninguno de estos hombres se le ocurrió hacer, era  que le regalasen una pequeña flor roja. En ésta se encontraba el secreto para conquistar su corazón, para descifrarlo, no era nada más, y éste es el final de la historia.

AUTORA:

Yezid Alejandro Muñoz Castillo 

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