jueves, 3 de noviembre de 2011

EL AMOR ES EL MISMO


EL AMOR ES EL MISMO

Juan era un hombre exitoso a sus 34 años. El día que descubrió ser portador del virus VIH, y tras sufrir el rechazo de su familia y sus amigos, renunció a su trabajo para comprarse una cabaña al lado del mar y vivir allí el resto de su vida dedicándose a sus dos grandes pasiones : la pintura y el mar. Ya en la costa conoció una pareja de esposos nativos que se ofrecieron gentilmente a colaborarle en las labores del hogar; le compraban mercado en el pueblo y algunos implementos que necesitaba para sus pinturas. Un día mientras pintaba uno de sus cuadros conoció a Raúl, el menor de los dos hijos de la pareja y quien había sido encargado para llevarle el mercado ese día. Lo vió entrar timido por la puerta principal, empapado en sudor, con un pantalon corto y con la camisa en el hombro. Era alto y delgado, de ojos color miel y piel canela. Lo  invitó a seguir, pero el timido muchacho se negó con la cabeza mientras sostenía la bolsa de mercado en su manos y miraba embobado el cuadro que apenas comenzaba a pintar Juan. –Te gusta la pintura?-,le preguntó al notar su admiración.-Sí-respondió él-pero nunca he pintado-. –si quieres te enseño-le dijo Juan. Entonces lo invitó a seguir, lo tomó y colocó el pincel en su mano, lo empapó de pintura y lo deslizó suavemente por el lienzo mientras Raúl se dejaba llevar admirado. Así comenzó su amistad con aquél joven de 17 años. Quedaron en que por las tardes después de cumplir con las obligaciones de ayudar a su padre en las labores de pesca, Raúl asistiría a clases de pintura. Además Juan le enseñaría a utilizar el computador. Y así lo hizo todas las tardes antes de la puesta de sol, la cual aprovechaba Juan para acostarse en la arena y esperar hasta que el sol desapareciera por completo detrás del mar. Una noche Juan mientras pintaba un cuadro vió venir una luz por el mar bordeando la playa y acercándose a su cabaña, le pareció extraño y al salir se pudo percartar que era Raúl quien a bordo de la canoa de su padre lo invitó a subir para darle un paseo nocturno por el mar. El al principio se negó pues siempre le tuvo miedo al mar de noche pero después aceptó. El joven lo llevó al interior del mar sin alejarse mucho de la costa. Desde allí le mostró las constelaciones y le narró historias de pescadores: le contó que un día su padre había pescado un pez tan grande que duraron comiendo todo un mes del mismo pez en las tres comidas, y que tambien su padre tuvo una pelea a muerte con un tiburon y la ganó.-”y ni decir del día que se encontró con una sirena y estuvo a punto de irse con ella si no es porque mi hermano lo gritó desde la playa”- le decía mientras permanecía al otro lado de la canoa mirando las estrellas y sonriendo. La vida volvió a tener sentido para Juan, se sentía tan bien al lado de aquel jóven que sus problemas se olvidaron por completo volviendo a tener razones para vivir. Entonces dandose cuenta que esa amistad era algo más se acercó hasta el otro lado de la canoa y lo besó en la boca mientras hablaba y contaba historias. Así comenzó una relación que se mantuvo en secreto, pues Raúl tambien correspondió a aquél amor puro que le ofreció Juan. Se veian todas las tardes, se bañaban desnudos en el mar y corrian por la playa justo hasta antes de la puesta del sol. Se amaban sinceramente, se abrazaban, se besaban, se acariciaban, se querian, pero nunca tuvieron sexo. Juan volvió a recobrar la fuerzas para vivir y quiso tomar el tratamiento al que se había negado pero ya era demasiado tarde. Un día Raúl llegó un poco tarde a sus citas y no lo halló en la casa pero sí encontró el cuadro que Juan pintaba y que nunca le dejaba ver. Ya estaba terminado: se trataba de Raúl parado frente al mar mirando como Juan se elevaba en una nube y le decia adiós. Entonces temiendo lo peor corrió hasta la playa y lo encontró tendido sobre la arena agonizando. Juan le contó la verdad de su enfermedad y le dió gracias por darle motivos para vivir. Raúl lo tomó en sus manos y lo arulló como a un bebé recien nacido. Le contó que no existian los peces gigantes que alimentaban una familia un mes completo, ni los pescadores valientes que ganaran peleas a tiburones ni mucho menos sirenas encantadoras, pero que si existían chicos astutos que se inventaban historias para enamorar a personas maravillosas como él. Juan sonrió mientras dejaba caer una lágrima por sus mejillas y suspiró profundo justo cuando el sol se ocultó detrás del mar mientras un grupo de desprevenidas gaviotas buscaban refugio en lo alto del cielo.

AUTOR:
Oswaldo Alvarez Morales

No hay comentarios: