¿Crees?
Ella lo esperó toda la noche sentada en la estación. Un tren tras otro pasaba pero en ninguno venía él. Ansiaba encontrar su sonrisa entre los cientos de pasajeros que veía llegar. Ya pronto sería hora de marcharse.
La noche anterior tomó una decisión. Abril sentía que había llegado el momento de seguir su camino. Que estaba en las manos del destino que volvieran a verse.
Jerónimo nunca supo quererla. Es más, nunca supo que en verdad la quería, porque se cerró al amor justo antes de conocerla. Abril en cambio lo amó, lo amó con todas las fuerzas que su corazón pudo dar, a pesar de haber sufrido una desilusión anterior.
Y esperó, hasta que un momento de cordura le mostró la verdad. Jerónimo no estaba seguro de nada. Ella creyó saberlo desde mucho antes, pero tenía miedo y en el fondo albergaba una pequeña esperanza de conseguir cambiar algo que no estaba en sus manos cambiar.
Se enamoró de él una tarde de primavera, descubrió en ese joven de ojos grandes y mirada serena una actitud que la atrajo casi de inmediato. La conquistó su ímpetu por vivir y la sedujo su pasión buscando alcanzar su sueño.
Sin duda, Jerónimo era encantador. Era imposible no sucumbir ante su sonrisa y Abril quedó cautivada con ella enseguida. La atracción mutua fue inmediata. Abril nunca supo cómo logró que él se fijara en ella. No porque no supiera lo que tenía, sino porque jamás logró sacarle una palabra acerca del tema.
La pasión los enredaba cada vez que se encontraban. Pasaron tardes y noches enteras entre besos y caricias, miradas profundas y sonrisas llenas de picardía. Solo en esos momentos Abril se sentía verdaderamente feliz, pero al marcharse, las cosas volvían a ser como siempre.
Ella tomó la decisión de sincerarse un día. Sabía que se había enamorado sola, lo sentía, pero albergaba aquella tonta esperanza de ser correspondida. No fue así y ese día tomó la decisión más difícil de su vida.
Un cielo entre azul y rosa anunció la llegada de la madrugada. La estación estaba vacía, pues el último tren había partido hacía 10 minutos. Abril se incorporó, se acomodó la chaqueta y miró su reloj. Había dejado de funcionar 6 meses atrás, pero se lo ponía de todas formas, era el único regalo que había recibido de Jerónimo. Una lágrima quiso rodar por su mejilla, pero ella se lo impidió, la detuvo, cerró los ojos y durante un segundo recordó el día que le dijo adiós.
No fue fácil marcharse. Ese día, cuando su corazón se detuvo por un segundo, cuando entendió que todo había sido en vano, que los besos y las caricias habían sido una mentira, decidió que era el momento de dejar todo atrás y empezar de nuevo. Él no supo que decir. Se quedó callado escuchando sus reproches, hasta que ella dio media vuelta y emprendió su camino.
El cambio fue drástico, pero no del todo definitivo. Las calles de Paris la envolvieron con su magia, y algunas tardes le sirvieron de compañía, cuando en medio de la multitud, solía sentarse a leer y a tomar café. Pero lo extrañaba. Todavía creía verlo al atravesar la calle o mirar por la ventana.
Jerónimo empezó a extrañarla luego de 6 meses. Hasta ese momento se dio cuenta de que la necesitaba. Trató de comunicarse con ella, pero Abril tenía miedo y nunca respondió sus cartas.
Entonces, esa noche, ella decidió tentar el destino. Quería creer que sucedería si así estaba escrito que sería, así que armó su maleta y decidió ir a esperarlo a la estación del tren.
—No tiene lógica, le dijo su compañera de piso. Es imposible que aparezca de la nada precisamente allí.
Abril esbozó una sonrisa y salió con su maleta con la firme intención de esperarlo. Había comprado dos boletos rumbo a Venecia. Justo a las 6:00 am partiría el tren.
El reloj de la estación marcaba las 5:40am. Abril suspiró, abrió los ojos, se frotó la cara con las manos, tomó su maleta y empezó a caminar en dirección a la salida 4.
De repente, una mano se posó sobre su hombro. Ella giró y sucumbió a su sonrisa.
Ana Jimena Hernández Morales
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