L'éclat
Ahí estaban una vez más; él del lado derecho y ella del izquierdo. Curiosa posición la que habían decidido adoptar sin previo acuerdo. Muchas lunas habían ya pasado el uno junto al otro y sin embargo ésta había sido particularmente extraña, cargada de matices y de pálpitos espontáneos que los separaban por pequeñas fracciones de segundo para volverlos a unir en ese acto aún desconocido. Cuando los primeros rayos de luz se comenzaron a filtrar por el ventanal era claro que ya nada sería como antes. El color de la imponente montaña ya no era el mismo y la misma luz del Sol ahora tocaba rincones inhóspitos que transformaban el lugar en un espacio nuevo listo para ser disfrutado. Edgar miró al techo por un largo rato hasta que logró descomponerlo en pequeñas partículas que ahora lo hacían blando y casi transparente. Tuvo la firme intención de estirarse y tocarlo solo para comprobar que ahora lo podía atravesar. Sin embargo, tuvo miedo de perderse de una vez por todas y no encontrar el camino de regreso a su lado. De un tiempo para acá se sentía extraviado entre los montones de figuras alargadas que lo condenaban a caminar muy pegado al suelo. El miedo ya le era tan familiar que comenzó a encariñarse con él. Quiso corromperlo llenándolo de falsas ilusiones pero sus insulsas palabras resultaban completamente insignificantes ante su brutal presencia. Se sentó en la cama y suspiró aliviado al verse de nuevo junto a ella. Desde ese ángulo alcanzaba a disfrutar de su presencia como nunca antes lo había podido hacer más que por fracciones de segundo. Recordó lo mucho que disfrutaba el ver su reflejo en la pantalla del televisor mientras veían alguna película. De reojo detallaba cómo las largas pestañas contorneaban sus verdes ojos haciéndolos parecer impenetrables e indestructibles. Nunca tuvo el suficiente valor como para verlos fijamente durante mucho tiempo pues siempre quedaba irremediablemente atrapado en su reflejo. Se rascó la nuca con algo de desespero, el sentimiento de culpa con el que se había despertado no lo dejaba tranquilo y tuvo que ponerse de pie. Ahora, desde lo alto todo se veía mucho más claro sin él ahí. El costado derecho era ahora un vacío junto a ella que ayudaba en algo a componer el cuadro, dándole un espacio de reflexión y de tranquilidad que nunca había podido siquiera intuír por estar siempre acaparando ese aire vital. Sintió ganas de correr en busca del aire prometido por la inmensa montaña de la que tanto había aprendido. Impulsivamente avanzó hacia el ventanal y abrió la persiana que todo lo escondía delante de ella. Los tonos claros, casi reflectivos, se tomaron el lugar acariciando el cuerpo desnudo que aún ocupaba el lado izquierdo. Era realmente hermosa aún cuando estaba muda y eso lo llenó de satisfacción. Se arrodilló a su lado y comenzó a acariciarla desde su cintura subiendo por sus hombros hasta llegar a su cara. Ella se estremeció y sonrió levemente antes de abrir los ojos. Después de esto, todo fue confusión. Comienza una serie de gritos y de chillidos al tiempo que salta de la cama tratando de tapar su cuerpo desnudo. Ahora llora desesperada y se toma la cabeza como si quisiera arrancársela. Edgar trata de acercarse para tranquilizarla pero ella huye despavorida envolviéndose en una chaqueta que encuentra en su camino dejando una estela de confusión y pánico tras ella. Tira la puerta con fuerza y se pierde dejando el espacio nuevamente en absoluto orden. La luminosidad, sin embargo, ya no es la misma a pesar de tratarse del mismo lugar. Está comenzando y debe apurarse si no quiere perderse para siempre. Su piel empieza a resquebrajarse y sus huesos se hacen blandos. Sin el suficiente soporte, su carne pesa ahora más y tiene que arrastrase para alcanzar la puerta del baño. Con la poca fuerza que aún conserva logra empujarla y accede al espacio que lo salvará. Se recuesta contra la pared y utilizándola como soporte empieza a ponerse de pie recobrando el aire y la cordura. La parte más importante aún no ha sucedido así que ahora busca con sus ojos el espejo que lo devolverá a la vida y a esa realidad de la que tanto se apega para poder seguir creyendo. Su reflejo poco a poco empieza a materializarse comenzando por sus propios ojos que ahora parecen mucho más claros de lo normal. Su rostro se va ensamblando pieza por pieza hasta formar esta figura desconocida. Su cuello ya no es el mismo y sus hombros parecen ahora más estrechos que de costumbre. Puede inclusive ver su sistema de irrigación sanguínea con tal detalle que se pierde entre sus complejas ramificaciones por un buen rato. Ahora todo está impregnado de este pálpito vital del que no puede desprenderse. Su voluntad ya no le pertenece ni le obedece. Ahí, en este espejo ha quedado irremediablemente confinado para descubrir que nunca logró escapar del brillo de sus ojos.
Autor: Esteban Castro Meneses
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