LA FUERZA DEL AMOR
La claridad de la aurora va dando forma a todas las casas. Es un hermoso amanecer. Doy gracias a Dios por la felicidad que me ha regalado. Soy Alberto, el tercer hijo de una familia acomodada y llena de prejuicios que no me agradan. Mis padres son “chapados” a la antigua, todavía llenos de cierto abolengo y sus consecuencias: siempre me dicen –Hijo, cuando quieras casarte, busca una joven a la altura de nuestros principios-. Los miro y contesto –sí señor, si señora- y pienso en el momento en que eso suceda, sé que no me dejaré influenciar de esas tonterías. Había terminado mis estudios en la capital y había regresado a casa de mis padres, una hermosa finca cafetera, con próspero futuro en el comercio. En casa, nos ayudaba una buena mujer que vivía a unas cuantas horas del pueblo. En cierta ocasión, habiéndose hecho tarde, como sabía que vivía lejos me ofrecí a acompañarla a su casa. Al llegar llegamos, salió a nuestro encuentro una hermosa joven, y al verla me dejó paralizado. Pensé -¡Jesús! ¿Dónde estaba esta criatura escondida? Doña Matilde, su madre, la presentó como su hija. Sé que contesté algo tonto, me quedé sin palabras, supe que se llamaba Camila y nada más quedó en mi pensamiento. Me despedí y de regreso a casa viajé como entre nubes.
A la mañana siguiente tenía que ir al pueblo a recoger unas compras de papá, y en el camino las encontré. Las alcancé y fingí que apenas las veía. No dejaba de mirarla y entre charla y charla supe que estudiaba en la escuela normal de la ciudad, un internado, por eso no la había visto antes, pero acababa de terminar sus estudios. Me sonreía y se llenaba de rubor cuando me miraba. ¡Dios! Me sentía como un tonto, no sabía ni de qué hablar. Pasaba el tiempo, y en casa me preguntaban que me sucedía ya que me pasaba como en las nubes. Solo les decía –nada, es cosa de ustedes-
Se presentó la ocasión de encontrarme con Camila, pasaba cerca de la finca y salí presuroso. Me dispuse a acompañarla hasta su casa, pues no quería dejar pasar la oportunidad de hablarle del amor que ella me inspiraba con su dulce mirada y su melodiosa voz. Aunque dijo corresponderme me llamó a la cordura, ella sabía que mis padres no aprobarían nuestro amor –Querida Camila, te juro que nada ni nadie será capaz, fuera de Dios, de apartarme de ti- le dije, por fin cedió, confesándome que sufría en silencio pensando que lo nuestro nunca sería posible. Mis padres, que sospechaban de mi enamoramiento me vigilaban disimuladamente. En cierta ocasión nos vieron juntos y todo fue un desastre. Inmediatamente me prepararon viaje a la capital. A pesar de mis constates súplicas, fue inútil, debía regresar con mis tíos, quienes me habían recibido con gran agrado durante mi época de estudiante.
Como pude una noche, sigilosamente, salí de la casa dirigiéndome donde mi amada, le conté lo que pasaba. Tanto a ella como a su madre les dije sobre mi deseo: –nos casaremos antes de que yo parta, el sacerdote del pueblo es un gran amigo, le pediré el favor. Si me lo niega, le diré que entonces nos iremos sin casarnos y como es buen cristiano no lo permitirá-. Fui donde él y le expuse mi anhelo. Aceptó ayudarme, pero me advirtió sobre mi apresurada decisión. Sin embargo, nada me haría cambiar de idea. Les dije a mis padres que iría a despedirme de mis amigos; ellas me esperaban, fuimos los tres a la iglesia, con temor de que alguien conocido pudiera avisarle a mis padres. Doña Matilde sería la madrina y el sacerdote el padrino. Terminada la ceremonia ellas se marcharon a su casa con los ojos llenos de lágrimas pero la promesa en su corazón de que yo conseguiría un trabajo y mandaría por mi esposa. Así fue. No habrían pasado 2 meses y yo fui por ella. Necesitaba contarle a mi familia cuanto antes lo que sucedió para evitar males mayores. Como era de esperarse, se enfurecieron, pero al conocerla se calmaron un poco y con el tiempo aprendieron a aceptarla, pues comprendieron que nada se podía hacer y que ella era mi felicidad. No dejo de ayudar a doña Matilde, ella ya no debe trabajar. Pude regresar a encargarme de la producción de la finca de papá, así que Camila visita a su madre casi diariamente. Tenemos 2 hermosos hijos que son la culminación de nuestro amor. Por ello gracias al Señor somos dichosos.
No me arrepiento de lo que hice porque el dinero no hace la dicha de nadie si no va acompañado de un buen criterio, buena voluntad y amor. Ahora mis padres, doña Matilde y nosotros vivimos en perfecta armonía a voluntad del creador.
AUTOR:
CARMEN YOLANDA LÓPEZ IDROBO
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