miércoles, 2 de noviembre de 2011

El amor de un extraño


El amor de un extraño


En mi acostumbrada soledad, repasé los álbumes sobre la mesa y entoné una linda canción que aun a mi edad recordaba. De repente, como si hubiese sido invitado, un hombre se encontraba allí conmigo y se sentó junto a la chimenea. Yo vivía cinco pisos arriba de la calle y era obvio que aquel caballero me debía una explicación. El hombre se acomodó y negándose al café que le ofrecí aun sin reconocerlo me dijo que me buscaba.
Prendí la chimenea pues lo vi casi azul del frio y vistiendo poca ropa, la que para mi gusto estaba pasada de moda. El caballero agradecido por mi hospitalidad indagó sobre mis trabajos y mi vida personal, fue extraño pero me sentí  animada a contárselo todo. Le dije que ya varios de los míos habían muerto y que mi rutina se desarrollaba en el encierro de aquel humilde y gastado apartamento.
El hombre comenzó a hablar de él. Me contó de su obsesión por el arte, de su debilidad por el olor a madera, de su gusto por los muebles rústicos y de cómo la única mujer que amo en la vida murió muchos años atrás.
Sintiendo pena por mi visitante me percaté de que sus piernas no se movían con naturalidad y de que tenía un pequeño parecido a alguien que alguna vez conocí pero quien no lograba recordar en aquel momento. El individuo llevaba la argolla de matrimonio puesta y al preguntar por su esposa su expresión facial dejo entre ver que la pena lo acongojaba. Mencionó que no tuvo hijos y que de su hermosa vivienda no quedaba más sino el recuerdo. Es más, dijo rascándose la cabeza, nunca salgo de mi habitación, a excepción de los días que puedo contar con una presencia tan agradable como la suya. 
Mi acompañante tenía las manos ajadas, quizás por el trabajo en el campo y lo que quedaba de sus músculos reflejaban la historia de un hombre fuerte que realizó en su juventud trabajos forzosos.
La leña continúo quemando y mientras el hombre parecía descansar sobre el asiento, comencé a percibir un fuerte olor extraño. Lo desperté sin decencia y le pedí que partiera. Un poco asustado se levantó del asiento con dificultad y me dijo que él deseaba que partiéramos juntos.
Pronto perdí la paciencia y le señalé con la mano que saliera por donde entró, el hombre simplemente ingresó a mi habitación despacio y se acomodó en mi cama. Desde allí con seguridad me miró y me pidió que partiéramos juntos, dijo que me amaba y que no quería dejarme sola a pesar de que él sabía que yo muchas veces ni siquiera lo recordaba.
Sentí un cosquilleo inmediato atravesar mis manos y mis pies. Sentí la tristeza de aquel caballero, su terrible dolor. Pude visualizarlo en su desgastada cama llorando noches enteras sin consuelo. Recordé que él alguna vez vivió conmigo, que me amó y que me extraña desde el día que morí. Entendí exactamente lo que el hombre buscaba y me enorgulleció el hecho de  que viniera a exigirlo. Supe inmediatamente que aun en la enfermedad y la vejez nunca dejó de ser un hombre recio y decidido.
Agradecida por la visita respondí a sus suplicas despidiéndome del mundo que me rodeaba, de mis necias razones para seguir allí aún sin vida. Mi intrépido visitante era parte de mi vida sin lugar a dudas, lo dejé solo y enfermo y jamás volví a pensar en él, vivía como si no estuviera muerta entre mi rutina y mis pensamientos desgastados y nunca le regale un final a él o a mí.
Junto a la chimenea donde horas antes lo recibí, aun percibiendo aquel olor, él me tomó de la mano y me preguntó que si estaba lista para partir con él, segura de lo que estaba haciendo le agradecí por esperarme, por sufrir en silencio hasta que logre aceptar mi propia muerte. Tomados de la mano y con una tranquilidad  indescriptible mi esposo murió. 
FIN

Nombre del autor: Esmeralda Andrea Gutiérrez Castro

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