jueves, 3 de noviembre de 2011

Despedida


Despedida


El “tling”  de la botella cayendo en el suelo la sacó del letargo, el monstruo se había dormido, y ella no podía desaprovechar el momento. Caminó de puntas para que no sonaran sus tacones, alejándose lentamente de la cama en la que estaba desparramado, una pierna le colgaba hasta el piso, la cara de medio lado, el pelo desordenado, la camisa abierta dejaba al descubierto su pecho bronceado, bien definido, hermoso, se tocó el pómulo y con el dolor regresó el recuerdo de los golpes, eso le borró la bella imagen del cuerpo masculino de la cabeza.
Salió sigilosa y caminó por la calle, las grandes gafas le tapaban buena parte de la cara pero pensaba que el golpe debía notarse de todas formas. No quiso mirar a los lados, no tenía muchos amigos pero conocía a la gente del barrio y los saludaba diariamente al caminar por esas calles; hoy era diferente, hoy no quería saludar y deseaba que las gafas la escondieran toda, esperaba que nadie la reconociera para así no exponerse a preguntas complicadas.
Después de un corto trayecto que le pareció eterno llegó a casa de Herminia, su amiga le abrió la puerta y cuando la vio con las ridículas gafas puestas imaginó de inmediato lo que había pasado, ya era costumbre verla golpeada solo que esta vez tría un maletín - ¿me puedo quedar aquí? - preguntó tratando de evitar que se le quebrara la voz, - claro hermana, usted sabe, me alegra que por fin se quiera un poquito y deje a ese cabrón -. No hizo preguntas para no molestar, estaba feliz de verla reaccionar, la acomodó en el cuarto de Mauricio su hermano que ya no venía mucho por la casa, le abrió espacio en el closet y se fue a la cocina a prepararle algo.
Sola, en esa alcoba llena de afiches de camiones y mujeres en poca ropa se sentó a llorar su desgracia, lo amaba, pero ya no le cabían más golpes, hacía la lista mental de lo que la había enamorado y le encontraba mil cualidades, el problema era que todas desaparecían cuando llegaba borracho. El cuerpo le reclamaba con moretones y heridas, era la primera vez que lo escuchaba y se alejaba de este hombre que amaba tanto y que la maltrataba tanto.
Herminia entró temprano al cuarto, la encontró despierta, había pasado la noche en vela pensando – le traje juguito – le dijo dejando el vaso sobre la mesa - lo que está haciendo es lo mejor, ese tipo nunca va a cambiar, vea, le dejo mi rosario para que le pida a la virgencita que le de fuerza para olvidarlo – le besó la frente y se fue a trabajar.
Entró emocionada llamándola, quería contarle que le había conseguido empleo en la tabacalera, pero no respondía, alcanzó a imaginar que arrepentida había ido a buscarlo pero pronto la encontró, estaba tirada en el piso, el cuerpo torcido en una posición imposible, la cara casi desfigurada, un hilo de sangre escurría de su boca, en la mano apretada tenía el rosario.
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AUTOR:
María Margarita Arenas Salcedo

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