miércoles, 2 de noviembre de 2011

CORINA


CORINA

…salí de mi trabajo y volví a morir esa tarde, después me quedé tranquilo mirando el horizonte, me dejé llevar de nuevo por las olas del mar, entre su espuma y la arena construí mi purgatorio, para sanar en la noche y volver a nacer en la mañana. Ya me acostumbre a morir todos los días.

***

Corina era una mujer bastante extraña, la conocí una tarde de fuertes vientos, yo estaba acostado en el parque viendo las nubes, cuando escuché una voz suave que se acercaba. -¡Mayday Mayday!- gritó. Su avión de papel se estrelló en mi frente, ella me dio los primeros auxilios y empezó a buscar a los sobrevivientes en mi barriga, su brigada de emergencia salió de su sonrisa.
Desde el primer momento me gustó verla exponiendo sus dientes al público, todos cuadrados como dados de parqués, pero su sonrisa nunca se dejó retratar por mí cámara. A Corina su abuela le había dicho que las fotografías le robarían su alegría, por eso ella decidió posar ante los lentes con desánimo, para que este invento mecánico y foto-químico le robara las cicatrices que la vida le había dejado.
Saliendo con Corina me di cuenta que para ella no había nada que pudiera conmover su corazón, la tristeza era una palabra que la había escuchado hace algún tiempo, pero no sabía de qué se trataba, ella sólo se preocupaba por respirar y sentir el mundo en cada latido, cómo si el mundo latiera a través de ella. A veces me contaba que la gravedad era solo un pegante extraño que teníamos en los zapatos,  yo amaba su pensamiento.
Siempre que alguien me hablaba de Corina me advertía de sus extravagancias, pero para mí cada persona que me rodeaba era tan común y parecida al resto del mundo, que a ella la veía como la valiente hoja que decidió caerse de su árbol en plena primavera.  
Una noche salimos a caminar bajo la luna, le dije que nos quitáramos los  zapatos para despegarnos de la tierra y que viajáramos a través de ese polvo brillante que se había quedado enredado en el techo del mundo. Nunca habíamos hablado de nuestras historias, así que le pregunté la suya, pero ella cerró sus ojos, se humedeció los labios, sonrió como siempre y se quedó callada.
No entendía el momento, hasta que ella rompió su silencio para recordar nociones de su pasado. Tenía una idea leve de las palabras de su abuela, de una casa con chimenea, un árbol con columpio, un balón que se caía a un río y un gato bigotudo que iba por galletas y leche a la ventana de su cuarto. Esa era la maleta de recuerdos de Corina, esa era su historia, una tela desmembrada y llena de retazos. Yo le hice mil preguntas y la respuesta siempre fue la misma: no me acuerdo.
No recordaba nada de su vida, menos el día en que nos habíamos conocido, el avión de papel, la tarde soleada, los besos al viento. En el fondo sabía que por su ausencia de recuerdos ella me desconocía, seguramente ya se había acostumbrado a lidiar con extraños.

Nombre: David Esteban Bucheli Fuentes

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