martes, 25 de octubre de 2011

El rayo del adiós.



En esos tiempos no muy lejanos, el sol, la esfera radiante que nos ha acariciado desde el principio de los siglos, andaba divisando desde las alturas la vida maravillosa de acá abajo. Se agasajaba día tras día, viendo los frágiles niños que revoloteaban por aquí y por allá riendo, calculando la exacta cantidad de su energía, que necesitaba darle a aquella flor para que fuera la más hermosa del jardín, confabulándose con la lluvia para que juntos formaran en el cielo espectros de colores maravillosos y le sacaran una sonrisa a dos enamorados a punto de juntar sus labios, contemplando un nacimiento en el amanecer, un reencuentro en el atardecer. Y al final del día, triste por no poder ver más belleza hasta el siguiente amanecer, se despedía de su mundo, acariciando las montañas. El sol amaba ser el sol.
Un día, mientras andaba viendo en los muelles los felices reencuentros, vislumbro una joven, una diosa para él. La detallo cuidadosamente. Era blanca como la nieve, de un cabello color carmín que lanzaba destellos gracias a su luz, con un rostro pulido y rozagante, ojos almendrados, profundos y vivos; unos labios tiernos, rosados y callados. Estaba sola entre la multitud, mirando en todas direcciones, hasta que decidió dirigirse a algún lugar aun desconocido por el sol.
Así que el muelle se quedó en penumbras, pues el sol, sin importarle nada, salió tras la joven, alumbrando las calles reconditas y dejando atras lugares en donde debía estar posando su luz. La chica entró a un hotel y por mucho que la esperó no pudo quedarse más y sollozando se oculto detrás de las montañas.
Siguió el sol persiguiendo a su amada, día tras día. Era algo que jamás, en toda su eternidad, le había sucedido, algo extraño, pero que deleitaba. Sentir cada alegría de aquella joven como una suya, cada tristeza, cada desilusión. 
Pasaron muchos meses en donde el sol miraba con detenimiento y amor la vida de ella, descuidando su mundo, sus flores, su clima, prestando la mayor atención y cuidado en hacerla feliz solo a ella, en colorear sus días y con un sueño que lo llevaba como a un niño pequeño tras una paloma que siempre se le escapa, hacer que ella lo mirara.
Hacía aquel astro, cualquier ocurrencia por conseguir que ella se percatara de su amor. Con rayitos diminutos de luz se posaba en su piel cálida y blanca, y hacía que se viera como si brillantes hubieran resbalado por su cuerpo siguiendo cada delicada línea. Producía en cada oportunidad que le daba la lluvia, arco iris que la hicieran sentir en un mundo maravilloso. Las flores de su ventana siempre las más hermosas, el césped que pisaba, con la exacta humedad, los ocasos más hermosos se daban justo frente a ella. Pero no, no lo conseguía, al parecer el alma de la joven era el polo opuesto de su armónica figura. Parecía ser indiferente a tanta belleza, a tantos esfuerzos que hacía el sol. Él declaraba su amor en toda la extensión del universo, pero ella, chica insignificante, pequeña gota del manantial humano, pasaba por delante sin detenerse a contemplar la maravilla.
Y en un crepúsculo, de los más melancólicos que contempló y contemplará la humanidad, antes de irse tras las elevaciones, vio como su chica, a quien contemplaba como si fuera un regalo de los dioses, a quien dedicaba todo su tiempo, regalaba su amor a alguien más, vio que aun siendo él más entregado a ella, ella se entregaba más a aquel hombre. Ella, lejos de valorar su esfuerzo, lo ignoró, como si fuera un hecho banal. No, no la culpaba ni la odiaba por enamorarse de otro ser, pero sí por no sentir esos rayitos de luz que con todo el cariño, la delicadeza y la esperanza se posaban en su cabello. Triste y dolido dejó al mundo el sol amoroso por última vez. Dejó de disfrutar los pequeños detalles que podía dar al mundo, dejó de contemplar las caras humanas con admiración, pues el sol comprendió que la mayoría de humanos sólo saben amar lo que pueden ver.
Mayra Alejandra Estrada Ramírez

2 comentarios:

Kamila Román dijo...

Este cuento me encanta, es mi favorito entre todos los concursantes. Es un texto mágico tiene el poder de hacerme entrar en el y luego valorar cada rayito de luz, cada gota de lluvia, cada amanecer, cada atardecer y cada anochecer. Es genial como las palabras pueden hacerte ver lo que antes no sentinas ni veías.

juanpardo5 dijo...

Maravilloso, felicitaciones para la autora, merece ser publicado y reconocido. tiene un estilo único y es bastante interesante de verdad, debería seguir escribiendo y deleitando lectores con su magnifica imaginación.