miércoles, 26 de octubre de 2011

MI HISTORIA DE AMOR


Contemplando la maravillosa curvatura de las verdes tierras y de la fresca y pura brisa timbiana, escribo. Mis palabras quedarán cortas para adjetivar toda la hermosura que ante mis ojos se postula.  He venido a estas hermosas tierras del suroccidente colombiano como consecuencia de un traslado laboral de la notaría 4 de Usaquén en donde trabajaba hace ya ocho largos meses. Fue en el colegio San Juan de Timbío en donde empecé a laborar como contador de la institución, y en donde mi alma y mente conocieron la perfecta manifestación de la belleza femenina.
Para el día de mi llegada, la población se encontraba en fiestas, la jocosidad del ambiente, la música, el canto, la danza, el baile y la maravillosa gastronomía acompañada de exquisitas almojábanas, tortillas y pambasitos, chulquín, arroz atollao y birimbí eran deleites tradicionales de estas celebraciones anuales. Niños, jóvenes y ancianos bailaban y disfrutaban al compás del rítmo de las maracas y el palo de agua.
Tras finalizar el espectáculo, una dama de ojos azabaches, cabello largo y negro, baja estatura y tez morena subió al escenario e informó a todos los ahí presentes que requería del apoyo de los padres de familia para que los niños no desistieran de estudiar y continuaran con sus jornadas escolares, pues consideraba que  era el estudio, el camino para salir adelante. La información resultó inoportuna para algunos de los  ahí presentes, quienes le chiflaron, gritaron y pidieron la música de regreso. La hermosa mujer contuvo las lágrimas y bajó rápidamente del escenario, perdiéndose efímeramente entre la concurrida plaza central.
Había escuchado su melodiosa voz y cada una de sus palabras se incrustaba en lo más hondo de mi mente. Tenía la esperanza viva y el fuego ardiente, de poder volver a presenciar a la más íntima manifestación utópica que tejía entre mis sueños y miedos de la mujer perfecta.
Tras amanecer, me dirigí a mi nuevo puesto de trabajo, y mientras en la rectoría esperaba, escuché la voz que en mi mente sin cesar retumbaba. Entró al lugar en donde me encontraba y a mi lado se sentó. Buenos días, fueron las dos primeras palabras que cruzamos, y mi imprudencia varonil no se hizo esperar para indagar por su nombre. Telma Noscué fue su respuesta, y me dirigió enseguida la misma pregunta. Vi cómo existía de la nada una química sin igual entre aquella mujer y mi ser, y cómo entre cada advenediza pregunta formulada y respondida, se iba creando un telar de sentimientos a flor de piel.
Tras mencionar su preocupación por la educación de los niños, fusionamos nuestros pensamientos y le manifesté mi intención de ayudar a que los infantes se incentivaran por aprender y regresaran a estudiar. Acordamos que todos los días, luego de terminar nuestras labores en la escuela, nos dedicaríamos al proyecto, y no perderíamos el tiempo para conocernos un poco más. Fueron varios los días recorriendo el verde y disfrutando de su compañía, de sentir cómo dos son uno y cómo se podía luchar por el futuro de nuestro país. Encontramos que como factor principal de la deserción escolar de algunos niños se encontraba la necesidad de ayudar a los padres en el sostenimiento económico de la familia. Un panorama bastante complejo, pero que tras largos procesos de trámites, culminó en el cubrimiento de un 85 por ciento de la pensión escolar, y la vinculación de familias y madres cabeza de hogar a programas estatales de asistencia alimentaria. Lo cual no habría sido de otro modo posible, sin la participación activa de organizaciones no gubernamentales y el gobierno.
Todo lo logrado, me enseñó que es cuestión de amor, de querer un futuro mejor, de bajar esos ideales y hacerlos reales, los verdaderos promotores de la transformación de un mañana mejor. Fue en este camino, en el que conocí y me enamoré de mi alma gemela, de la mujer ideal hecha carne y hueso, de la madre de mis hijos, de la esposa que Dios me brindó. Me enamoré del verde de los prados, de la omnipresencia del sol, del color de las margaritas, azucenas, claveles y orquídeas, del olor de las rosas y de la textura de los dientes de león. Me enamoré de un todo llamado Timbío.

María Paula Díaz Bejarano

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